Santo Domingo,RD.- Según el diccionario, el término mojiganga se aplica a aquello que es “cosa ridícula”. Evidentemente, luego de ver “Battleship” no nos queda duda alguna: esa historia es pura mojiganga.

Por supuesto, todos sabemos desde hace ya muchos años que, para los chicos de Hollywood, los extraterrestres, los “aliens”, solamente existen con un único propósito: destruir a la Humanidad.

Y los truchimanes de este guión suscrito por Erich y Jon Hoeber, habitantes, según ellos, de un planeta no muy distante del nuestro, planeta que reúne todas las características distintivas y las condiciones como para que pueda haber vida.

Y, como era de esperarse, son unos perfectos asesinos que apenas estaban aguardando a qué les contactáramos para entonces, ya localizados los de la Tierra, gracias a esas señales de contacto emitidas, venir a velocidad de rayo a pasarnos el rolo, o sea, por si acaso no han comprendido, a destruirnos.

¿Qué cuál es la razón de ese tan siniestro propósito? Pues, vaya, y a quién diablos le importa ese tan simple detallito.

Las razones no importan, es que son malos y se acabó, como esos muchachos (y algunos mangansones también) que disfrutan apedreando perros inofensivos en la calle.

Pero, claro, a los “creadores” de Hollywood no les basta con eso de ofrecernos una boba historia de seres poseídos por la maldad aunque vengan de fuera. Hay que rellenar y para eso no bastan los efectos especiales.

Por esa razón la historieta, que no alcanza ni categoría de “paquito”, se inicia con el buen mozo de turno, ese joven a quien ellos quieren pegar como el nuevo Tom Cruise o Brad Pitt, y que en este caso se llama (se apuesta a que es nombre creado por los estudios) Taylor Kitsch, que hace de Alex Hopper.

Este es un vago bueno para nada que, a pesar de los consejos del hermano bueno, el Capitán de la armada norteamericana, logra el milagro de que le metan en chirona al meterse en un supermercado a tomar un “burrito” para la hermosa rubia, Sam (rubia pero algo desabrida, Brooklyn Decker) para que entonces el hermano le salve de las rejas metiéndole a marino.

Y, en un santiamén, ya le vemos enredado con la Sam y jugando fútbol (del de verdad, no el de los empujones yankis, para que vean, comentario al margen, como ha avanzado la popularidad del deporte más hermoso del mundo hasta en USA) y, un poco más adelante, metido en otro lío porque cada vez que se encuentra con un japonés oficial y llamado Nagana se lía a los golpes con él y, claro, esta vez de nada le va a valer la influencia del hermano y le van a dar de baja deshonrosamente.

Pero, ¿qué sucede? Pues que, en tanto eso sucede, lo del lío con Nagata, siete poderosas naciones están haciendo maniobras y llevan a cabo una competencia en el Pacífico, y el Almirante Shane (Liam Neeson) anima a sus hombres para obtener el triunfo en esa competencia que ¿saben en qué consistía? Pues claro que no, si no han visto la película; pero es el caso que nosotros sí la vimos y, caramba, tampoco supimos en qué consistía porque toda esa parte sigue siendo relleno en lo que aparecen los villanos del espacio exterior.

Y cuando aparecen allí va el valiente y arrojado Alex Hopper en una lanchita a averiguar qué son esos enormes tereques que flotan sobre las olas, se le trepa arriba, el motrúcalo se crece, se levanta, se lanza de lleno sobre el mar a dos metros de la lanchita de Alex y, caramba, un descuido de los maravillosos creadores de efectos especiales, que el violento golpe de tan enorme aparato no levanta ni una mínima ola y el botecito y sus tripulantes allí como si nada.

A partir de entonces se iniciarán las hazañas heroícas de Alex, del tal Zapata, que anda con piernas ortopédicas y con quien se hace el único chiste que aparece en todo el film, de Sam (para que no se les tilde de antifeministas), y de los compañeros de Alex, y comprobaremos que los “aliens” son irremediablemente brutos porque cuando tienen al Destructor de frente a sus maravillosos artefactos para disparar unos extraños proyectiles que parecen tener vida propia entonces no lo hacen par darle chance para que se luzcan y porque si les hunden entonces ya no tendríamos héroes para aplaudir y darles medallas al final del desaguisado.

Y terminamos riéndonos cuando, casi al final del asunto, cuando ya parecía que todo estaba perdido, entonces los bravíos e invencibles marinos recuerdan que, aunque no tengan su John Paul Jones (su destructor), tienen al “Missouri”, acorazado de la segunda guerra mundial allí anclado que es entonces museo, y que en esa buque habían estado homenajeando a viejos marinos que en él combatieron 60 años antes.

Y que, a pesar de todo el lío a nivel mundial producido por el ataque extraterrestre estaban allí, en el barco, tal y como si en él habitaran siempre, y entonces, como quien “jumpea” un carro quedado por problemas de batería, pues encienden el vejestorio y le lanzan al combate al descubrir, ¡o milagros de Hollywood!, que, aún siendo un museo desde 60 años antes, disponía de combustible y, maravilla de maravillas, de proyectiles en buen estado como en buen estado estaban los mandos y los cañones y todo lo demás manejado por el simpático grupo de ancianitos.

En otras palabras, que esta historia debe servirnos de lección: los norteamericanos son tan formidables para defendernos a todos en el planeta que lo consiguen hasta con una mezcla sui generis de jóvenes (cantante incluida: Rihanna) y ancianos de asilo, que no vale que sean deprimidos veteranos caminando con piernas ortopédicas porque, aún así, pueden fajarse a las trompadas con esos seres forrados de metal por todos lados pero cuyos golpes (y nos recordamos entonces de las populares cintas de artes marciales chinas que nos invadieron en los años ’70, cuyos protagonistas propinaban todos golpes “mortales por necesidad”, pero se pasaban media hora aporreándose y seguían como si nada) tumbaban a los yankis pero du rante un par de segundos, de inmediato se levantaban y, al suelo con los malos, que, total, eran mucho más feos que los del patio.

Todo habrá de terminar con las consabidas medallas, con el fastuoso tributo de admiración de todo el mundo inclinado ante tal maravillosa demostración de heroísmo, y con nosotros molidos por haber soportado mojiganga durante dos horas y diez minutos, que no es paja de coco.

Y a todo eso se añade que Liam Neeson es puro reclamo publicitario porque apenas si aparece, y que el Taylor, la Rihanna, la Decker y todo el resto pasan como actores pero con notas muy.