Juan Cruz Triffolio

TRIFFO-FACEEn New York, agosto, es el mes de la chercha y la jarana con el enunciado propósito de evocar la amada patria de Duarte.

Es la época del jolgorio cubierto por un manto de supuesta dominicanidad.

Se alude como el tiempo ideal para convertir una de las fechas más trascendentales de nuestra historia, 16 de Agosto, en una justificación para la guacherna y la bebentina.

Es el momento en que la efeméride de la Restauración Dominicana luce ser el instrumento ideal para el desenfreno de la parranda, en donde el cumplimiento de los mandamientos del Dios Baco es una obligación, encima de carrozas multicolores que poco hacen recordar el hecho histórico en referencia pero que, entre otras cosas, sirve para que unos cuantos mercaderes con disfraces de patriotas de nuevo cuño, mostrando un fingido orgullo dominicanista, logren acumular una significativa suma de dólares en nombre de los prohombres de Capotillo.

Se trata de una réplica descarada de un mercado persa sustentado en un simulacro de rescate de algunos elementos culturales e históricos, en donde cualquier manifestación de vulgaridad y politiquería tiene cabida, justificada por un liberalismo aberrante, siempre y cuando de manera subyacente intervenga el poder de Don Dinero.

Allí cabe todo y para todos, sin importar guarde o no relación con la epopeya histórica que se dice hay que evocar para reverenciar la nobleza, el coraje y el nacionalismo de sus protagonistas, aludida razón que al final de la jornada, termina siendo lo menos importante en la bulliciosa y etílica actividad escenificada en una de las espaciosas y llamativas avenidas de la privilegiada zona baja de Manhattan.

Sus animadores, en sentido general, resaltan constantemente todas cuantas banalidades y excentricidades pudiesen ser exhibidas como pretendidas obras maestras emergidas de la creatividad y la originalidad de algunos compatriotas, olvidando el discurso edificante que en torno a la fecha conmemorativa ha de ser utilizado como contenido esencial para la comprensión del hecho histórico que se procura rememorar, principalmente por los hermanos de otras naciones quienes son convocados y sobretodo, para que los dominicanos asistentes revivan el pasado, vivan el presente y contribuyan con la construcción de un futuro mejor.

Experiencias recientes obligan a recordar, lamentablemente, cómo muchos de los afamados animadores participantes en la convocatoria expresan, a través de varios de los medios audiovisuales de comunicación, nacionales y extranjeros, una serie de patochadas inauditas que bien podrían llenar páginas de oro en la triste historia del disparate, al momento de conversar sobre la vida y la obra de algunos de nuestros restauradores, olvidando que un público que merece respeto se mantiene atento y estupefacto ante tanta hipopapemia histórica y osadía sin límites.

Es una pena que dentro de tanto color y tanta fiesta, todavía no hemos visto una carroza donde se recree la gesta restauradora del general Gregorio Luperón y sus compañeros de armas.

Entendemos que ha transcurrido el tiempo suficiente como para redefinir y dimensionar bajo otros criterios más convincentes el Desfile Dominicano en New York, actividad que pudiese proyectar otra esencia y manifestación sin dejar de ser festiva.

Es hora de que nuestras autoridades nacionales, conjuntamente con todos los representantes de las fuerza vivas de la diáspora dominicana en New York, logren sentarse en la mesa de la reflexión y la exposición franca para desde allí, rediseñar un modelo de desfile donde, a diferencia de lo que enarbolan algunos de los mercaderes de nuevo cuño que hasta ahora participan en su montaje, la cultura y la historia de República Dominicana constituya el epicentro y los elementos esenciales de la festividad.

Y expresamos esto porque, a decir verdad, no entendemos qué se pretende con la exhibición de tantos glúteos, carros modernos, movimientos pélvicos femeninos desenfrenados, bandera dominicana utilizada como panties o sombreros, exposición de borrachos impertinentes y quién sabe qué otros elementos, en un encuentro festivo que supuestamente procura resaltar el coraje, el valor y el compromiso patrio de los hombres del 16 Agosto del 1863, en la gesta restauradora.

No somos opuestos a que la alegría y la diversión sana se mantengan al margen del folclore, la cultura y la historia siempre y cuando exista un real y verdadero orden que evite caigamos en la ridiculez, la vulgaridad y la banalidad sin fronteras, fundamentalmente, en un espacio y momento donde estamos llamados a proyectar, con verdadero orgullo caribeño, la esencia de un pueblo noble, trabajador y heroico como lo es el dominicano.

El Desfile Dominicano en New York ha de ser una hermosa plataforma para ofertar lo mejor de lo nuestro, al margen de pretensiones mercantiles, maniqueísmo politiquero, prejuicios y mezquindades, sin necesidad de que muera la alegría y prevalezcan los pesares.

Pero eso sí, poniendo de manifiesto que el pueblo dominicano, para verdadero orgullo de todos y todas, es algo más que merengue, bachata y guachernas para validar el sexo, las francachelas y el bacanal.

Aún estamos a tiempo…. El Desfile Dominicano en New York, quiérase o no, requiere de otra aroma y de una imagen más en consonancia con lo que verdaderamente somos como dominicanos.

Así lo creemos y de esa manera lo expresamos…

Juan Cruz Triffolio