Con frecuencia doy gracias a Dios, a la vida y a cuantas personas me han impulsado y sostenido por los múltiples reconocimientos que he recibido a consecuencia del ejercicio de la profesión del periodismo, pero ninguno ha sido tan significativo como el que me ofreció esta semana la Unión de Trabajadores de la Caña, que agrupa a unos 50 mil obreros de los cañaverales de todo el país, entre los cuales hay 2 mil 700 que esperan ser pensionados.
Se trata de hombres y mujeres abandonados a su suerte como el bagazo de la caña después de décadas abonando con el sudor y la sangre lo que durante más de un siglo fuera la principal empresa del asombroso crecimiento nacional, el mismo que ha convertido a Santo Domingo en una metrópoli que dispara el orgullo de muchos.
Más de un centenar de cañeros provenientes de decenas de bateyes se hicieron presentes en el auditorio del Colegio de Periodistas, muchos de ellos con más espíritu que cuerpo, arrastrando mutilaciones, encorvados y con la mirada perdida, implorando la atención de la sociedad a cuya riqueza contribuyeron.
Lo que originó el reconocimiento fue el “Réquiem por Andrés Charles” que escribí en HOY el 9 de agosto del 2009, despidiendo a “un perdido enamorado de la caña, aristócrata del sudor bajo el ardiente sol de los cañaverales”, quien acababa de morir tras un postgrado itinerante por los bateyes del Este, del norte y del centro del país. Luego de 59 años de labores, sin que hubiese tarea a la que le sacara el cuerpo, murió en la espantosa miseria, tras un accidente laboral, pues nunca pudo conseguir la pensión para la que había cotizado al Instituto Dominicano de Seguros Sociales.
Como este adalid del trabajo hay más de 18 mil antiguos cotizantes del IDSS que reclaman una pensión para la cual no aparecen los recursos, aunque el gobierno y los empresarios, con la complicidad pagada de sindicalistas, se acaban de apropiar diez mil millones de pesos “excedentes” de los fondos de riesgos laborales. A pesar de que el mayor riesgo laboral en el país es el abandono en la vejez.
Justo el día antes del reconocimiento de los cañeros pudimos compartir con los dirigentes de la Federación de Asociaciones de Trabajadores Pensionados en el Almuerzo Semanal del Grupo de Comunicaciones Corripio, y escuchar de ellos las precariedades en que sobreviven más de 80 mil pensionados del Estado que reciben 5 mil 117 pesos por mes, equivalentes a 170 pesos por día, que en gran proporción apenas alcanzan para las medicinas que requieren sus cuerpos cansados.
Se trata de maestras, enfermeras, médicos, trabajadores eléctricos y de todos los oficios y profesiones, para quienes no alcanza el nuevo régimen de seguridad social. También de choferes y obreros de la construcción a quienes empresarios y funcionarios han robado los fondos que por leyes están destinados a asistirlos en el tramo final de la productividad. Mucho más grave es la situación de un número de trabajadores municipales, que no pudieron precisar, con pensiones de mil y mil quinientos pesos al mes.
El reverendo Emilio López, presidente de la Federación, sostuvo que cada mes mueren alrededor de 100 pensionados, muchos de ellos literalmente de hambre, lo que dramáticamente permite que otros que esperan ser pensionados logren el objetivo, ya que el Ministerio de Hacienda lo único que hace es llenar las plazas vacantes que dejan quienes se cansan de la vida.
Por todos ellos fueron las lágrimas que me atacaron al encuentro con los cañeros, arrastrando sus miserias y congojas. Me retro llevaron a Doña Ana, Realidad, El Salto, Margarita, Alejandro Bass y Consuelito, los bateyes en que discurrieron mi infancia y adolescencia. Por eso fue tan significativo el reconocimiento, pues me renovó el compromiso con la justicia social y la dignidad humana.-