Por Manuel Hernández Villeta.

Los dominicanos están perdiendo la confianza en la justicia.

Esta reacción ante el crimen y el pnadillerismo es peligrosa. Cuando los hombres no creen en la justicia, surge la barbarie.

No es por gracia que se pierde la fe en el instrumento judicial, sino generado por la misma forma en que hablan los jueces y los tribunales.

Las sentencias benignas, contra criminales y ladrones, es echar un balde de aguas pestilentes en el corazón y el entendimiento de los domincianos que quieren la institucionalidad.

La justicia no es sencillamente un código, sino que tiene que ser un ejemplo en cada una de sus acciones.

Repasando los períódicos nacionales, vemos horrorizados que la mayor parte de los que cometen actos de violencia, raqueterismo y atracos, son reincidentes.

Muchos, por no decir la mayoría, tienen hasta diez expedientes, por la comision de diversos delitos, incluyendo el microtráfico de drogas.

En ocasiones se dice que la cárcel no fue diseñada para los poderosos, para los que tienen dinero, para los de influencia política y social.

Cierto. La justicia siempre se ha postrado ante los poderosos de turno. La esperanza, es que esa situación cambie en forma radical, de inmediato.

Pero ahora estamos viendo que tampoco hay justicia cuando actúa un raquetero de mala muerte. Si cae preso, sale de inmediato en libertad.

Algo está fallando. No busquemos los problemas en el papel y la tinta, los códigos no responden al sistema, cierto, pero hay más.

El hombre o la mujer, es el eje central de la justicia. Debe estar por encima de camisas de fuerzas y de presiones mediáticas.

Aún y con el presente Código de Procesamiento Criminal y Código al Menor, los jueces pueden aplicar justicia.
Recuerden que soy partidario de que se hagan profundos cambios en el sistema judicial dominicano, pe4ro el actual puede funcionar.

No para favorecer a los mal llamados representantes de la sociedad civil, o a bufetes de abogados, sino a la gran mayoría.

Cuando en una sociedad moderna no se tiene confianza en la justicia, entonces surge la venganza personal, y retornamos a la época de la barbaria.
Estamos a tiempo todavía de seguir conduciéndonos por la vía civilizada, y que las diferencias sean sancionadas en los tribunales, y no en el filo del machete.

Para ello los magistrados y magistradas deben comprender que tienen algo más que un trabajo; son la conciencia nacional y los encagados de mantener libre a la sociedad del crimen y la violencia.

El que no tenga valor para esa tarea, que abandone la magistratura.