Por Manuel Hernández Villeta
El sistema político y social que domina a las grandes potencias, tiene rasgaduras que permiten un escape de emociones, sin poner en peligro la estabilidad política y económica.
En el Siglo 20 los estrátegas de los llamados países desarrollados pusieron en práctica diferentes vías de escape, para que la juventud diera riendas sueltas a su indignación, sin poner en peligro el sistema.
Una de las manifestaciones más trascendentales fue el surgimiento de los hippies, y la revuelta de los estudiantes franceses.
Ambos movimientos iniciaron con tintes de protesta social. Las manifestaciones estudiantiles en Francia practicamente hicieron salir a Charles de Gaulle del poder, y obstaculizaron la línea política de la guerra de Vietnam.
Francia parecía que iba a arder en llamas, quemada por los cuatro costados, y nuevos aires llegando al Palacio Presidencial. De ese mismo corazón llegaron los hippies a los Estados Unidos.
En Francia, esos abuelos de los indignados de hoy, se tranquilizaron luego de varios meses, volviron a las aulas o sus ocupaciones, y se olvidó toda la nueva era que presentaban las pitonisas.
Los Hippies llegaron a los Estados Unidos enfrentando la guerra de Vietnam. Un clavel en mano y el signo de la paz, sirvió de plataforma para pedir al gobierno que pusiera fin a la carnicería del sudeste de Asia.
Los vietnamitas ganaron la guerra en dos frentes: las batallas en  Saigon, y la lucha política en la conciencia de los norteamericanos.
Hoy de esos dos movimientos no queda nada. La indignación de entonces dio paso a la depravación sexual y las drogas.
Como ayer, los indignados de hoy son una ranura de escape de emociones que necesita el sistema, para que no se produzcan estallidos que pongan en peligro su estabilidad política  y social.
Los indignados luchan por un simple pedazo de parque, por estar frente a la bolsa de valores, o por gritar la caída de la economía, y ya, causas que son de poca monta  en una lucha social para cambiar al sistema, culpable de todos los males.
Sus planteamientos van desde economicistas hasta vanales. Sus posibilidades de subsistencia, no pasan de la estrategia de los ideológos los mueven como titeres in-situ.
Los indignados son rebeldes sin causa. Se mueven al compás de los designios de estrategas que saben que la libre expresión y el paso a los disconformes, evita la explosión social.
Terminaran envueltos en las drogas y la depravación sexual, como sus abuelos, y en cualquier momento dejaran de ser la gran atracción de la prensa norteamericana.
En un par de esquina de Wall Street superviven, porque son un tesoro mediático de la prensa imperial, como lo fueron los hippies, catapultados a espéctaculos en el festival de Woodstock.
James Dean puede seguir siendo su Rebelde sin Causa, frizado en el tiempo con su muerte a destiempo. Su mito se engrandece cuando fallece en un accidente automovilístico el 30 de Septiembre de 1956, y un mes después su película cumbre, Rebelde sin Causa, es estrenada (el 27 de octubre de 1956).
Para los indignados de hoy, todavía no hay causas para estos rebeldes….