A Pleno Sol
 escribir lapiz
Por Manuel Hernández Villeta
 
¡La muralla son las masas!, gritaban los maoístas dominicanos de los sesenta, hoy es un sonido 2016 escuchar a los internautas preguntar ¿Y mis cuartos dónde están?.
Los partidos políticos  de ahora son  amasijos de intereses personales. El añejo frente de masas ya no existe. En los partidos políticos están representadas personalidad o saltimbanquis, pero no en forma institucional los obreros, los profesionales, los chiriperos, los estudiantes, los empresarios, las fuerzas vivas…..
Triunfó el afán del arribismo social y el escalar posiciones en torno a la vocinglería que no va a ninguna parte   sepultó la ideología y las luchas intestinas para corregir líneas erradas. Fracasó enfrentar los complejos pequeño-burgueses y  demostrar que el obrero-campesino es el rey de la revolución.
A golpe de sangre y de muertes se perdió la juventud de los sesenta y sus ideales quedaron junto a los restos depositados en tierras de invernadero. La revolución no pasó de una consigna más, entre palmadas, gases lacrimógenos y amar a la Patria.
La nueva lucha generacional no se recuerda de la década ejemplar, a la que  poetas y pensadores descarriados la llaman el reflujo del viento frío. Es Era añeja  cuando se ofrendaba la vida a cambio del espejismo de conseguir una sociedad más justa.
Tuvimos también un sueño, no como el de  Martin Luther King, sino a la dominicana. Un sueño de que se acabara la mala distribución de las riquezas, el campesino sin tierras, la carencia de asistencia en los hospitales, el analfabetismo y los problemas de la enseñanza y sobre todo, que a cada mesa le llegare una migaja de pan.
Lo que une hoy a los partidos políticos, es lo mismo que lo divide: la sorda lucha por el poder. No hay programa a largo plazo por reivindicaciones sociales, y a corto tramo solo resta tiempo para ver si  se pone el pie en el próximo escalón.
Tiene que haber tiempo para el sueño. No todo puede ser pesadillas. Demasiadas dictaduras y divisiones inútiles. Por suerte hoy la sangre no abona los campos, y los muertos no dan pie a la transformación de la naturaleza, pero sigue ondeando al viento aquella vanidad de vanidades donde un payaso  creyéndose distribuir sangre real con alas de cera quiso remontar al sol y en su camino se le derritieron, perdió impulso y se estrelló para pasar a ser una página olvidada de la historia.