La Universidad Autónoma de Santo Domingo (UASD), que con tanto orgullo enarbola su título de primera de las Américas, es cada vez más un triste espejo de la realidad dominicana, sumida en la pobreza y la ineficiencia, hacinada y sin servicios fundamentales, donde la politiquería impone sus reales aunque en cada elección de sus autoridades se promete una profunda renovación.
Para darle el crédito correspondiente, hay que señalar un par de diferencias importantes: La delincuencia en sus campus es bien baja y a la universidad estatal nunca ha llegado el nivel de corrupción del estado dominicano. Ni un solo rector, vicerector o decano ha salido de sus claustros convertido en multimillonario y, para ser justos, hay que reconocer que algunos se empobrecieron por los bajos salarios que durante muchos años han predominado, aunque últimamente no tanto en los altos niveles ejecutivos.
Pero la UASD es hoy día una institución ineficiente, con déficits crónicos que apenas la dejan sobrevivir, mendigando subvenciones extraordinarias, el mayor hacinamiento de la nación, especialmente en su sede central. Con más de 180 mil alumnos que “se acomodan” en promedio sobre 60 por aula, sin ventilación ni mobiliario y poco más de tres mil profesores, la mitad de los que precisa y en su mayoría mal pagados. Empleados desincentivados y de ingresos de subsistencia.
En la primera universidad americana faltan cientos de aulas, miles de pupitres y escritorios, los laboratorios tienen décadas de atraso y algunos como los de ingeniería son apenas “memorias venerandas de otros días”, los baños son focos de infección pues la mayoría del tiempo no disponen de agua, aún en los nuevos centros regionales, como el de Santiago, por ejemplo.
La academia nunca ha tenido el presupuesto mínimo que le permita ser comparada con sus similares del continente, el que apenas alcanza para salarios deprimidos, pues el 80 por ciento se va en ese renglón. Y sus autoridades siguen soñando con el cumplimiento de la ley que le asigna el 5 por ciento del presupuesto nacional, que en cinco décadas ningún gobierno ha cumplido. El rector cuantifica en 52 mil 676 millones de pesos lo dejado de percibir por eso en los últimos cinco años.
Las prioridades también andan mangas por hombros. El gobierno se ha dedicado a construir magníficos y hasta centros regionales deslumbrantes para la pobreza que albergan, y acaba de inaugurar el edificio para mil 200 vehículos más caro del mundo, con un costo de mil millones de pesos, 833 mil por estacionamientos que, con diez metros cuadrados, salieron a 90 mil pesos, 2 mil 177 dólares por metro cuadrado, el doble de lo que cuesta en la zona en apartamentos bien dotados que incluyen el alto costo del terreno. Construye una torre para la rectoría y otro edificio administrativo.
La universidad acaba de publicar una página que es una autoincriminación, al dar cuenta de que ha graduado más de cinco mil profesionales en los primeros 8 meses del año, incluyendo postgrados, lo que implica una proyección de 8 mil para todo el año, menos del cinco por ciento de su matrícula. Necesitaría 20 años para egresarlos a todos, aunque el promedio entre carreras y postgrados es de cuatro años.
Pero la UASD requiere unos 600 millones de pesos en lo que falta del año para mantener sus servicios vitales, incluyendo el almuerzo a 8 mil estudiantes bien pobres ahora suspendido por deudas. Desde mañana será paralizada por las asociaciones de profesores y empleados que reclaman que les toque el 15 por ciento que se acaba de aumentar al salario de los maestros del Estado.
El gobierno está en la obligación de acudir en auxilio de la Universidad del Estado. Al fin de cuentas ese subsidio es de sus mejores inversiones para combatir la pobreza y dejar abierta una ventana de ilusiones a decenas de miles de muchachas y muchachos que no encuentran otra cosa positiva que hacer. Mejor que la libra de arroz por día que permiten adquirir los 700 pesos mensuales que se da a cientos de miles de familias cada mes.
Eso mientras un día podamos tomar decisiones que conviertan a la UASD en un faro de luz y orientación de la sociedad dominicana, en vez de un oscuro y triste espejo de la misma.-