Miguel Díaz-Canel, elegido presidente de Cuba hace apenas cuatro meses, ya tiene su primer gran reto entre manos, una tarea que, como defendió el pasado 22 de julio en un solemne discurso ante la Asamblea Nacional, no solo definirá el hoy, sino sobre todo el mañana de Cuba. La resolución de Díaz-Canel es aprobar una nueva Constitución; la ley fundamental que ha regulado la isla durante más de cuatro décadas será totalmente renovada en no más de cinco meses. Los planes son claros: el nuevo texto debe entrar en vigor antes de 2019.
El anuncio, si no se sigue con asiduidad la vida política cubana, puede parecer casi revolucionario. ¿No habían afirmado todos los expertos que Díaz-Canel era un continuista sosegado, poco amigo de los grandes cambios? ¿Se ha transformado de la noche a la mañana el recién llegado en un Gorbachov a la caribeña? Nada más lejos de la realidad. Los expertos no se equivocaron esta vez y en La Habana aún siguen prefiriendo el modelo chino al soviético para encarar las reformas, aquello de avanzar deprisa y a la vez despacio.
Para ampliar: “Díaz-Canel, la revolución sin sobresaltos”, Adrián Albiac en El Orden Mundial, 2018