El libro de Bernardo Vega “Negociaciones Políticas durante la Intervención Militar de 1965”, contiene valiosa documentación que ratifica la irracionalidad e incoherencia política que determinaron la última invasión norteamericana al país y que prosiguieron en las conversaciones con los constitucionalistas para saldar la crisis.
Documentos oficiales y las grabaciones de las conversaciones del presidente Lyndon Johnson, de Juan Bosch y otros protagonistas, muestran los extremos a que llegó el intervencionismo de Estados Unidos y la dignidad de los constitucionalistas, en especial de Antonio Guzmán, Juan Bosch y Francisco Caamaño.
Legajo de documentos
De casi centenar de libros publicados sobre la revolución constitucionalista y la consiguiente invasión norteamericana, el de Vega es el más minucioso y documentado sobre las negociaciones de las autoridades de Estados Unidos para salirse del pantano en que se metieron al invadir militarmente el país el 28 de abril de 1965.
Las fuentes de esta obra abarcan las notas sobre las reuniones sostenidas por el presidente Lyndon Baines Johnson y sus conversaciones sobre la crisis dominicana, los textos de los cables cruzados entre el gobierno de Washington y su embajada en Santo Domingo y las grabaciones de las conversaciones telefónicas de los dirigentes constitucionalistas con su líder Juan Bosch, exiliado en Puerto Rico.
El FBI grabó 267 conversaciones telefónicas de Bosch, las cuales eran transcritas, traducidas al inglés y enviadas al presidente Johnson. El espionaje telefónico abarcó a otras personalidades involucradas, así como a diplomáticos y periodistas. Ese inmenso legajo de documentos demuestra la subjetividad y los prejuicios que sustentaban la política norteamericana de los años sesenta, cuando la revolución cubana engendró un pánico que obnubilaba mentes preclaras, llamadas a dominar un escenario tan pequeño como el dominicano.
La documentación señala que cuando Johnson atiende la solicitud de su embajador en Santo Domingo, William Tapley Bennet, para desembarcar marines en el país, presidía una reunión en la Casa Blanca, que discutía la situación en Vietnam, donde 53 días antes habían desembarcado tropas americanas. Esto pesaría en la imposición en Santo Domingo, pues Johnson adujo que no permitiría que “Fidel Castro tome la isla”, argumentando “qué podemos hacer en Vietnam, si no podemos limpiar a la República Dominicana”.
Llanero solitario tejano
Dos terceras partes del libro de Vega documentan el curso y fracaso de las negociaciones con el liderazgo constitucionalista. La otra se refiere a las negociaciones posteriormente conducidas por el secretario general de la Organización de Estados Americanos y el embajador norteamericano Ellsworth Bunker que culminarían con la instalación del gobierno provisional de Héctor García Godoy.
Queda sobradamente documentado que Johnson se metió en el pantano de Santo Domingo, en base a informaciones falsas y subjetivas, y cómo la crisis lo absorbió dándole seguimiento hasta en las madrugadas. Pero no aparece el menor indicio del supuesto control comunista o castrista de la revolución constitucionalista, ni siquiera que alguien del estado mayor o del gobierno de Francisco Caamaño fuera comunista. Aunque el embajador William Tapley Bennet dio cuenta de que “la CIA había reportado dos comunistas, ocho después y luego cincuenta y dos, y ahora sesenta y cinco”.
Entre el 25 de abril y el 11 de mayo, cuando se iniciaron las negociaciones para establecer un gobierno que encabezaría Antonio Guzmán, Johnson participó en 42 reuniones con sus asesores y altos ejecutivos y sostuvo 225 conversaciones telefónicas con los mismos, 69 de ellas con su asesor personal para negociar con Juan Bosch, Abes Fortas, quien sin ostentar cargo oficial casi domina el escenario. Aparece como el más iluminado para entender el proceso. Sólo el día 18 de mayo, según el récord, Johnson recibió 38 llamadas telefónicas, 36 de ellas con relación a la crisis dominicana.
El presidente disponía los más nimios detalles El subsecretario de Estado George Ball testimonió: “Lo que yo no anticipé fue la creciente absorción por parte del presidente Johnson en el problema dominicano, al punto de que asumió la dirección de la política de día a día y devino, de hecho, en el oficial encargado del escritorio dominicano”. Lo mismo dijeron su embajador John Bartlow Martin y el secretario de Estado Dean Rusk.
Boicot de Mann y Palmer
La obra evidencia que Johnson quedó preso de sus propios prejuicios y de su subsecretario Thomas Mann quien junto al general Bruce Palmer, jefe de las tropas en Santo Domingo, y los embajadores William Bennet y Martin, boicotearon sobre el terreno la negociación para establecer “la Fórmula Guzmán”. Promovían el aplastamiento militar de los constitucionalistas e incentivaban la resistencia de los militares de San Isidro, y del seudo gobierno de Antonio Imbert a las negociaciones que conducían Fortas y el jefe de los asesores de seguridad McGeorge Bundy.
El lanzamiento de la operación limpieza por las tropas militares de Imbert y Wessin y la muerte del coronel Rafael Fernández Domínguez por parte de las tropas nada neutrales de Palmer, se produjeron en dos momentos en que se estaba a punto de cerrar el acuerdo con los constitucionalistas. En ambas ocasiones llevaron a Guzmán a condicionar o retirarse de las negociaciones y la segunda selló su fracaso.
La división en el gobierno, las incoherencias y la subjetividad en los altos mandos norteamericanos eran tan contradictorios que las opiniones del poderoso Pentágono parecieron más conciliadoras que las del Departamento de Estado, cuyos funcionarios casi todos, desde el titular Rusk a los embajadores, se fueron contra los constitucionalistas. Para Vega “los campos de batalla estaban bien definidos. Rusk, Ball y Vaughn, del Departamento de Estado apoyaban la propuesta de tierra arrasada de Mann. Mientras el jefe del Pentágono, Robert MacNamara y su asistente Cyrus Vance, más el principal asesor de seguridad Bundy y el asesor personal Fortas, favorecían la solución negociada.
El legajo documental no aclara quién alentaba a Palmer y los embajadores sobre el terreno que en momentos claves parecían tener una agenda diferente a la de la Casa Blanca. Cuando avanzaban las negociaciones de la Fórmula Guzmán y se presentaron evidencias de que las tropas americanas apoyaban a las de Imbert, Johnson se encolerizó con el general y gritó: “No puedo creer que Palmer esté violando mis órdenes”.
Palmer llegó con la decisión de aplastar a “esos comunistas”. En sus memorias dijo que mientras se realizaban las negociaciones, “consolidamos nuestras posiciones militares y apoyamos sin ninguna equivocación a los leales”, es decir las tropas de Imbert y Wessin. Mann era la personificación del halcón con glaucoma político, definido por Arthur Schlesinger como un colonialista que creía que “los demócratas progresistas eran, o liberales de cerebro débil, o pro comunistas”.
Vega documenta que personajes influyentes como Cyrus Vance, McGeorge Bundy, Robert MacNamara, Ellsworth Bunker y otros, terminaron reconociendo que no hubo un real riesgo comunista en el país. Pero Mann permaneció justificando la invasión militar y sostuvo en su historia oral que no se podía permitir otra base soviética en la isla de Santo Domingo.
Empero, la responsabilidad última y mayor fue del presidente Lyndon Johnson obsesionado con detener el comunismo en Vietnam, quien en una de sus conversaciones con Fortas concluyó en que “lo único que podemos vender es el anticomunismo”, justificando su reclamo en las negociaciones de que Antonio Guzmán se comprometiera a deportar a todos los comunistas o recluirlos en Samaná o en la isla Saona.
Bernardo Vega encontró lo que señala como autocrítica del mandatario norteamericano, cuando en un monólogo con Fortas dice: “No hay nada en el mundo que quiera hacer que no sea hacer lo que creo es correcto. No siempre sé lo que es correcto. A veces acepto el juicio de otros y me extravío como con el envío de tropas a Santo Domingo. Pero… Nadie más, yo hice eso. No puedo culpar a ningún maldito humano y no quiero que ninguno se dé crédito por eso”.
Así como García Godoy fue avistado desde el principio como el hombre ideal para la transición, los norteamericanos advirtieron que su ficha, su hombre para el mediano y largo plazo era Balaguer, como resultó. Al comienzo de la crisis Johnson escogió a Balaguer como su hombre y dispuso que lo llevaran al poder, como habría de cumplirse bajo el paraguas de la intervención. El líder reformista, como Imbert y los militares aparecen como fichas serviles de los invasores. Mientras Bosch y Caamaño, encarnan la dignidad nacional, y sobre todos queda Antonio Guzmán quien aparece como la más alta figura, más firme que Bosch en rechazar la deportación o aislamiento de los que los invasores consideraran comunistas.
Bernardo Vega concluye que “si Estados Unidos no hubiese intervenido el país la nuestra historia hubiese sido muy diferente. Pero una vez decidida y efectuada la intervención, si Johnson hubiese aprobado la “Fórmula Guzmán” lo ocurrido en los meses subsiguientes probablemente hubiese sido bastante diferente. García Godoy dejó intactas a unas fuerzas armadas admiradoras de Balaguer y profundamente opuestas al PRD, a Bosch y a los soldados de la revolución. Nunca se aprovechó la presencia de la FIP para desmontar el liderazgo ultraderechista de las mismas. El objetivo deliberado de Johnson, estimulado por Mann, desde el primer día de la guerra civil, fue colocar a Balaguer en el poder. Eso hubiese sido más difícil bajo la Fórmula Guzmán”.-