Los dos partidos que se disputan la mayoría del electorado dominicano son las organizaciones políticas más democráticas de la historia nacional, pero ambas están sometidas a un penoso proceso de involución, expresión de una cultura de la imposición autoritaria y caudillista o del arrebato y la anarquía.
Desde su fundación en 1939, el Partido Revolucionario Dominicano (PRD) adoptó un credo democrático progresista, como contraposición a la dictadura trujillista y a la anarquía de la montonera. Fue la conjunción de una multiplicidad de líderes del exilio dominicano en Cuba, Venezuela, México, Estados Unidos y Puerto Rico. Nació con el sello de la pluralidad y esa debe ser una de las razones por la que ha sobrevivido a 72 años de avatares. Murieron todos los fundadores del exilio y gran parte de los líderes que se le incorporaron en el país tras la liquidación de la tiranía y ese partido sigue siendo un instrumento fundamental de las luchas políticas nacionales.
Sus dos grandes líderes, Juan Bosch y Francisco Peña Gómez, arrastraron remanentes del caudillismo, pero predicaron y practicaron la democracia en una sociedad todavía hoy con niveles educativos del sexto grado de primaria. A veces se les temía, pero apelaban a sus capacidades oratorias para que sus organismos colegiados aprobaran líneas programáticas o estratégicas. Cuando en 1973 Bosch consideró que la mayoría de los miembros de su Comité Ejecutivo Nacional iban por un camino distinto al de él, se marchó a fundar el Partido de la Liberación Dominicana (PLD).
Peña Gómez rescató el PRD para llevarlo al poder apenas cinco años después en base a un liderazgo plural y todavía se recuerdan las series de discursos radiofónicos que precedían las reuniones de sus organismos ejecutivos y convenciones para hacer aprobar sus estrategias y planteamientos programáticos. Como Bosch, bregó hasta la muerte con las ambiciones, llegando a la aberración del “dos por dos”, para conjurar rebeliones ante el dictamen democrático.
A Peña le sorprendería la muerte la semana antes de las elecciones congresuales y municipales de 1998, en la que era candidato a síndico del Distrito Nacional, posición que adoptó para conjurar una crisis por los resultados de la elección primaria protagonizada por Miguel Vargas Maldonado y Julio Maríñez. Días antes de fallecer, en la última entrevista que le hicimos para Teleantillas, rechazó que la campaña electoral en la que estaba envuelto le estuviera quitando la vida. “Las campañas me dan vida, lo que me la quita es la ambición desenfrenada de tantos compañeros”, fue su respuesta.
Su capítulo más amargo debió ser la crisis de la convención de 1985 que lo envolvió a él mismo en la disputa de la candidatura presidencial, cuando la degeneración de las ambiciones y el grupismo determinaron que el candidato fuera Jacobo Majluta y no él, a quien todos consideraban líder, pero muchos discriminaban por razones raciales.
El profesor Bosch fundó un nuevo partido a su imagen y semejanza, inculcando la honradez y una fuerte ética política, con su personalidad imponente, pero con organismos de base e intermedios participantes y con pluralidad de líderes. No merecía que poco después de su muerte, se iniciara el desmonte de esa estructura y se reprodujeran en su partido y entre sus dirigentes los vicios que él abominaba.
El ilustre escritor fue más infortunado que Peña, puesto que fracasó por partida doble, en las dos organizaciones políticas que protagonizan la política nacional, a las que en este fin de semana se les pide respeto a los valores democráticos, rechazo del caudillismo avasallante y la anarquía. Como forma de reivindicar y honrar la memoria de los dos mayores sembradores democráticos de la sociedad dominicana.-