Marino Báez
Hoy reflexiono sobre un aspecto que considero importante y que se refleja en algunos seres humanos, a los cuales les gusta la vida fácil, poniendo de manifiesto un audaz grado de insensatez, a tal extremo que son capaces de venderle la vida al diablo a costa de conseguir los objetivos trazados, sin tomar en consideración los riesgos que puedan ocasionarles.
Reflexiono destacando, que algunas personas, tercamente y sin asidero moral no buscan un fundamento falso o inferior sobre el cual edificar sus vidas, sino que simplemente no piensan en cuál es el propósito de sus vidas y; por tanto, enfrentan la amenaza de la destrucción, no por terquedad sino por falta de reflexión y respeto mutuo, mostrando un grado de insensatez que rompe los esquemas de la didáctica moral y siempre tratan de buscar y aplicar la ley del mínimo esfuerzo, sin prever las consecuencias futuras.
“El insensato cree que se la sabe todas, pero el inteligente oye consejos”. Si el necio hubiese escuchado con atención el mensaje para ponerlo en práctica o si hubiese buscado consejo de alguien que supiera de construcción, no habría construido en un terreno que por obvias razones le conduciría a la ruina. El hombre insensato oye, no hace, edifica en la arena, es decir, entiende no práctica y no se esfuerza, porque siempre le gusta la vida fácil y generalmente se asocia con los sectores que inciden en el oscurantismo.
Qué triste es escuchar a los insensatos predicando la moral cuando no pueden escribirla. Cuán difícil es cuestionar a los demás, sin pararse en el espejo a reflexionar y analizar su página de vida negativa durante su trayectoria profesional, sin recordar que los humanos tienen tacto, ojos para ver, sentido para pensar, pero como no reúnen ningunos de estos aspectos no pueden ponerlos en práctica, porque su único objetivo es destruir moralmente la vida de los demás.
En el entorno que nos rodea cada quien es dueño de sus actos, malos o buenos, por tanto será la sociedad que piensa, mira con ímpetu y reflexiona, la que tendrá que pasarle factura a los inmorales con tentáculos de criticones, apoyados por el estiércol de un mínimo porcentaje de la sociedad que con sacos y corbatas confunde la población, para hacer creer que no tiene tachas, pero que al final, ya que la justicia no lo juzga por sus imponentes diabluras, Dios el divino creador tendrá que juzgarlo por sus hechos malignos.
No importan las críticas de los insensatos contra quienes tienen en la sociedad una página de vida positiva y reconocida por los sensatos, porque la sociedad no juzga a las familias honorables. La sociedad juzga a quienes andan con una lupa cuestionado el perfil positivo de las personas con una trayectoria de vida acorde con los principios morales, educativos, culturales y de entrega familiar, no así a personas que cuando inclinan la cabeza hacia el cielo lo pintan de nubarrones, porque le hacen daño hasta con la mirada.
Desde esta perspectiva, ser honorable, digno y sensato tiene el grado de una trayectoria de respeto a las leyes y buena costumbre, por lo que la confianza, los buenos modales, tendrán que depender de la trayectoria moral que el individuo ponga de manifiesto y sea reconocida por la sociedad, como un hombre de bien, no así como un violador de los derechos fundamentales del hombre, donde muchas veces comete tantos errores y diabluras, que utiliza los medios para limpiar su moral, aun sabiendo que recorre las calles de su entorno siendo subjudice de la Justicia Divina.
No hay nada que produzca un efecto más desmoralizador para la sociedad; y minimice más las cualidades cívicas de sus integrantes, que contemplar como la norma se incumple o sólo se aplica según quien sea el afectado por ella. Al que le sirva el sombrero que se lo ponga, si es que tiene cabeza.
El autor es periodista.