Por: Winnie Rodríguez
Cinco años después de asumir la presidencia, el gobierno de Luis Abinader enfrenta crecientes cuestionamientos sobre su capacidad de gestión y la efectividad de sus políticas públicas. Lo que en 2020 se presentó como una administración destinada a marcar un antes y un después en la vida nacional, hoy muestra señales evidentes de desgaste y desconexión con la realidad cotidiana de los ciudadanos.
El costo de la vida se ha convertido en el mayor dolor de cabeza para la población. Los precios de los alimentos, la energía y el transporte han aumentado de manera constante, mientras que los salarios no reflejan mejoras proporcionales. Este desequilibrio erosiona la calidad de vida y genera una sensación de incertidumbre económica en amplios sectores de la sociedad.
La persistencia de los apagones es otro símbolo del descalabro. A pesar de las promesas de estabilidad, el sistema eléctrico nacional sigue mostrando debilidades estructurales. La contradicción es evidente: el gobierno que criticó enérgicamente a Punta Catalina, hoy depende de esa planta para evitar un colapso mayor.
En salud, los hospitales públicos presentan deficiencias graves en infraestructura, insumos y personal. El acceso a una atención digna continúa siendo un reto para miles de familias. En educación, pese a contar con el 4 % del PIB, persisten las carencias en infraestructuras escolares, la falta de cupos y los cuestionamientos sobre la calidad de la enseñanza.
La delincuencia y la violencia afectan de manera directa la percepción de bienestar ciudadano. La sensación de inseguridad ha calado en los barrios, las comunidades y las ciudades, generando un clima de temor que limita el desarrollo de la vida cotidiana y la confianza en las instituciones.
El proyecto político que se presentó como sinónimo de transparencia, eficiencia y renovación, hoy luce desgastado. El endeudamiento creciente, la falta de soluciones estructurales y la ausencia de resultados tangibles refuerzan la percepción de que el prometido “cambio” no se materializó.
El descalabro del gobierno de Luis Abinader no se mide solo en cifras, sino en la frustración de un pueblo que esperaba más y que, en lugar de avances sostenibles, se enfrenta a una realidad marcada por incertidumbre, improvisación y promesas incumplidas.