Autor: Manuel Antonio Mejía.
En Madrid, España.
A lunes 9 de junio del año 2015.
Madrid, de las urbes de Europa.

 

Hace poco recibí la llamada de un amigo de infancia que vive en Canadá con el cual he compartido millones de historias y cosas soñadas. Este amigo es también Odontólogo como el autor de estas líneas.

 

Me llamaba para preguntarme si yo sabía qué era lo que ocurría en nuestro país en este momento político y porqué están allí pasando tantas cosas de tanta trascendencia política -verbigracia: el acercamiento histórico reciente entre el PLD y PRD- y yo no había escrito sobre esto y sí había escrito tanto sobre temas externos para el periódico internacional con el que colaboro.

 

Se refería con esto a “El encuentro secreto entre Pablo Iglesias y Pedro Sánchez”; “El poder termina cuando comienza a desvirtuarse su sentido del bien: una humilde reflexión pensando en Nicolás Maduro”; “Sinfonía en alto grado”; “El G-7: con g de grande o de girasol”, “La tesis errónea sobre los Odontólogos”… y otra gran gama de artículos anteriores.

 

Lo reflexioné, ciertamente. Debo expresar el agrado que sentí al recibir su mensaje. De gran impulso y acicate me sirvió también la noticia que me daba al decirme que los Odontólogos sienten gran aprecio de las cosas que escribe un servidor, porque aunque lo hace como regido marco muy literario, no entendía por qué había algo de esa profesión que nos une que suele filtrarse en todos aquellos escritos.

 

Bien, pues, complaciendo a este gran amigo he decidido elevar a la luz este artículo que había estado reservando para la apertura del periódico “Au Planeta”, listo entre los rigores del reconocimiento que a poco estará en el ámbito de la comunicación escrita. Este escrito, a la vez, lo dedico a mi amigo Bryan R. W., en agradecimiento al ánimo y la fuerza y el apoyo espiritual que se sirve dar a los trabajos de un servidor.

 

Cuando era niño (vivía yo en La Puya, de Arroyo Hondo, Santo Domingo- estudiaba  en el Liceo La Cuesta de Arroyo Hondo-), tenía once años y estaba en Cuarto Curso de Primaria.

 

Era el año 1978; había ganado las elecciones-fenecido más de tres años más tarde de forma profundamente triste- el Presidente Silvestre Antonio Guzmán Fernández, llevado a tal triunfo por el Partido Revolucionario Dominicano (PRD), y hacía cinco (5) años, por aquel entonces, que el Profesor Juan Bosch había fundado el Partido de la Liberación Dominicana (PLD), y faltaban si cabe cuatro años más para yo enterarme de forma consciente de lo que había ocurrido en el mes de septiembre de 1963 y dos más para enterarme de forma crítica sobre lo acontecido en el mes de abril de 1965 en la amada Patria de Duarte: la amada Patria de todos los dominicanos.

 

Por aquel tiempo en que yo ara apenas un niño que en ocasiones andaba en franela y sobre unas sandalias, “Chispa”, de goma y en ocasiones descalzo, vivía la idea de acudir al hermoso liceo que adornaba la Calle Primera de aquel barrió al que seguí acudiendo incluso años después de que mi familia lo dejara y de nuevo volviera a Cristo Rey, sin importar los casi siete kilómetros que tenía que caminar, primero en horas vespertinas y menos de medio lustro más tarde, todas las mañanas en ellos incluida aquella alta cuesta del Zoológico Nacional. La razón era el Liceo y no descuidar mis estudios.

 

Allí, en aquel liceo, durante aquellos primeros grados de primaria di yo con el profesor más rígido pero a la vez más dulce que conociera; era ese profesor moldeado y formal; pantalón planchado a hierro, carbón y cera, zapatos relucientes y camisa blanca impecable del que me llega aún, por estos tiempos, su rostro y del que recuerdo nítido sólo su nombre. Se llamaba Luciano; el Profesor Luciano.

 

Era él de los pocos evangélicos del sector. La disciplina que imponía era tan refulgente que su nombre sonaba como las ondas de un eco intermitente por aquellas tardes, por aquellas paredes de prismas encontrados, bañadas -mayormente- de tanta claridad que todo el ambiente parecía un manto tejido de la plata más pura destejida al hilo recto de cada rayo del sol que hubiera visto cónsona a la partida inevitable con premura de mi infancia y a la llegada inminente de la adolescencia que se vaciaba como agua entre mis ya vivos ojos.

 

Una tarde Luciano pasó al aula “4to. B”. Era, además, el director del plantel pero más veces que menos hacía de profesor. Como ahora recuerdo, había terminado la Semana Santa del 1978.

 

Aquella tarde se pasó todo el tiempo hablando de las películas de índole cristiano que enriquecían aquellos días que llenaban de lágrimas la noche y que empezaban con Noé, seguían con Moisés y los 10 Mandamientos, con José, Salomón, Dalila pasando la navaja sobre el pelo a Sansón y desembocaban en la Pasión de Cristo. En una de aquellas tardes post Semana Santa ocurrió algo que marcó mi idea de sueños de niño para toda la vida.

 

Se trataba de una historia que el mismo profesor Luciano contó y que yo busqué y he buscado desde entonces pero que jamás he encontrado en ningún libro; él expresó se titulaba: “La Historia de los dos Hermanos”.

 

Recuerdo que aquel relato cuando él empezó a contarlo resonaba en mis oídos como algo vago y lejano, hasta que algo hizo levantar mi vista impresionado desde la butaca que ocupaba en la quinta fila cuando Luciano estaba a punto de terminar. “… Sí, eran dos hermanos que producían trigo”-dijo. “El padre había perdido el amor a uno.

 

Luego el tiempo propició el zanjado de esas diferencias cuando pasaron lustros”-continuó- “Y ambos (los dos hermanos –así con su padre-) se querían tanto que al finalizar la venta de cada día terminaba el uno diciendo al otro: ¨Tú necesitas más trigo que yo¨/ ¨No, tú tienes más hijos y por tanto tú mereces más que yo, además tu mujer está embarazada…¨ El padre los observaba ahora orgulloso.

 

La cosa había terminado de este modo hasta que un día, tras haber faenado, era tan grande el amor que se tenían que al despedirse ambos tuvieron una idea por separado de cómo resolver el problema y se pasaron la noche y la madrugada –seguidos en la oscuridad por la oculta mirada de su padre- uno poniendo trigo en el saco del otro, el mayor sirviéndose de un leño encendido que le servía de antorcha para iluminarse y el menor auxiliándose de una bombilla con este mismo fin en la oscuridad, que a la distancia era más bien semejante a una estrella.

Sucedió entonces que en un momento, antes de que saliera el sol se encontraron de frente.

 

¨¿Pero tú, qué haces?¨- preguntó el menor-. He pensado que tú, como te dije, necesitas más trigo que yo y llenaba de madrugada tu saco sacando del mío para que nunca te faltara alimento, pero veo me has estado espiando”. ¨No¨- dijo el mayor-. ¨No, te he estado espiando. He estado haciendo lo mismo que tú¨ (…)” Luciano nos dijo que al final ambos hermanos se abrazaron y lloraron juntos.

 

El padre de ambos, en la cama, lloró también de alegría, pero la casa se preguntó si algún día volverían a tener algún objetivo contra el que enfrentarse para superar nuevos retos, porque a la verdad es que retos ni adversarios les quedaban y aquello, sabía el padre, podía mermar el tamaño de sus extremidades”.

 

Aquella historia que relacioné con el pasado ambiente de Semana Santa me llevó entonces a leer El Quijote, por lo de los amigos Sancho y Quijano, creyendo poder encontrar allí la historia; El Quijote me llevó a La Biblia, de La Biblia pasé al Rhamayana y del Rhamayana al Mahabharata y a la lectura de El Corán, pero nunca di con la historia contada por Luciano, incluso a pesar de buscarla en Homero y sus “Números” y sus dos cajas de tablas épicas.

 

Pero en La Biblia encontré varias historias con cierto hilo de cercanía y hasta de lejanía a la de Luciano. Dos de ellas desde siempre han llamado mucho mi atención pues me llevan a pensar en esa historia mágica del Medio Oriente y el surgimiento (según la misma Palabra del Creador) del occidente. La Segunda –y perdón que invierta el orden de ambos textos bíblicos: es por un asunto didáctico- está contenida en el Capítulo 25 del Génesis.

 

Explica desde el Versículo 21 al 23[que] “Isaac suplicó a Yahvê el favor de su esposa, pues [esta] era estéril [y ] Yahvê escuchó su oración y Rebeca, esposa de Isaac, concibió. Pero como los hijos chocasen entre sí ella dijo: “Si esto ha de continuar, fallezco”. Y fue y buscó consulta de Yahvê, el que le dijo: “Dos naciones hay en tu seno. Dos pueblos se separan en tus entrañas. Uno más fuerte será que el otro; el mayor es ser del menor”.

 

Respecto a la Primera, se presenta en el Capítulo 16 del mismo Libro Sagrado, que nos ilustra sobre el Nacimiento de Ismael, en el que leemos que “Sarai, esposa de Abram [“luego llamado por Dios (Abraham)”], no había dado hijos a su esposo.

 

[Que] Sarai tenía a su servicio una mujer de nombre Agar. Sarai, cansada de esperar dijo a Abram: ¨Ya que Yahvê me ha hecho mujer sin concebir, únete a ella y por sus medios pueda yo tener algún hijo¨”. Así mismo ocurrió. De aquella unión, teniendo Abram [o Abraham] ochenta y seis años, nació Ismael, fruto de gestación que dilató agua y luz.

 

Poco después que el nombre de Sarai (o Saray) cambiara a Sara, Dios juzgó la risa tanto de Sara como de Abraham cuando siendo ambos ancianos Él les comunicó: “(…) Al regresar en un año os maravillaréis pues Sara Concebirá hijo tuyo”. Aquella risa tuvo una respuesta al cuestionamiento de Sara de: “¿Cómo he de concebir ahora llena de tanta edad?”.

 

Pues, el Creador, le contestó: ¿Existe acaso una sola cosa que sea imposible a tu Dios?”. De aquel pacto; de aquel acuerdo, nació el protagonista de la historia anterior a la que llamamos “Segunda”. Fundada estuvo la tierra; de un lado y de otro. Dios hizo de Ismael “gran pueblo” tras la oración sin descanso de Agar por el desierto y a él entregó todo lo que fue el oriente y Medio Oriente antiguo. A Isaac lo pasó por fuego y dio al final el occidente. Lo mismo hizo con -posteriormente- Esaú, al que llamó Edón o Edom, y con su gemelo Jacob, que fue por el mundo mostrando el valor del ser humano al pasar por el crisol del sueño y enseñando a la humanidad de donde pasaba las siete clave del perdón: I. 32-4: Avisa de tu llegada. II. 32-7: envía mensajeros o mediadores. III. 32-8: Pierde el miedo y no desesperes. IV. 32-10: Lee, Ora, escucha. V. 32-11 y 12: Solicita lo mismo. VI. 32-15: Escudriña el “alabar”. VII. 32-21. Sé humilde, ve y recibe… Así volvió Jacob con regalos a Edón luego de lo ocurrido por aquellos días en que veía y vivía profundo ocaso Isaac.

 

Como al naciente, ar Qur´an y al poniente oro ya listo del Yah. Estaban allí las mismas manos del Creador de los dos hijos. Aquello es un tanto narrable en dos mundos después del hender del tiempo.

 

Ciertamente, en más de esto, está presente que el Profesor Bosch es el creador de aquellos dos partidos políticos dominicanos que mencionábamos al principio de este artículo. La historia de los hijos del genio vuelve a repetirse. En los tiempos del nacer de la ciencia Robert Hooke e Isaac Newton, que procedían, en cierta forma, de un mismo ramo de la investigación, con sus diferencias, por supuesto, tuvieron una amistad que posteriormente, entre las continuas discrepancias y discusiones constantes en busca de la razón y múltiples tesis científicas, fue cruelmente horadada y distanciada por el tiempo.

 

El mismo tiempo terminó mostrando el color de sus hondas por ondas y disímiles preocupaciones, tanto que, al final, surtieron los grandes frutos de que hoy disfruta la humanidad en términos médicos, físicos, químicos, tecnológicos, astronómicos. Allí, entretanto, persistió empero el instrumento subrepticio caminando lento por entre la hojarasca intermitente y la nube roja e inamovible de la lluvia y la vejez al acto reprochable.

 

Yo hoy, ya no sentado en la butaca del colegio de La Cuesta, sino trabajando junto al proejar del tiempo y mis compañeros; más allá de aquel cielo estrellado, al ritmo y sinfonía del Presidente adusto y del mandato ortocromático; haciendo de la esperanza una tierra fértil donde el corazón y las manos de esas mismas pieles consanguíneas les guste vivir, creamos.

 

Creamos el futuro; creamos allí, donde satisfecha, un nuevo día, vuelva a ser tanto resucitada como verdaderamente procreada la nueva sonrisa en el Profesor Bosch, cuando éste siga viendo y siguiendo los pasos a la historia de los dos Hermanos del Profesor Luciano y la sonrisa tierna del padre al saberles rebosando al uno los sacos de trigo y humildad del otro, no rebozado el rostro de la ya caduca y remitente madrugada al lívido candil del leño, llegada el alba y las bendiciones de un lucero henchido del oro de un nuevo amanecer como alimentación e iluminación del pueblo dominicano.