Bajo el sugestivo título de “A los políticos les marea el incienso” el diario español El País publicó el viernes 24 una interesante entrevista con el psicólogo industrial y maestro de artes gráficas Francisco Delgado, quien fuera diputado y senador en el período de transición democratización a partir de 1977, y quien no oculta su frustración con el ejercicio de la política en su nación.
Delgado, quien desde el 2008 lidera el movimiento “Europa Laica”, se queja de lo difícil que ha sido en España establecer un Estado no confesional, a pesar de que en esa nación se ha llegado a aprobar leyes como la que autoriza el aborto, en contradicción con la doctrina oficial tradicional.
Sostiene que “la sociedad está muy secularizada, pero los políticos siguen sin estar a la altura. Les da pavor disgustar a los obispos. Les marea el incienso. La mezcla de la cruz y la corona la vemos por todos partes, también donde gobierna la izquierda”.
El mareo del incienso se convierte en pánico y es un mal endémico de los políticos dominicanos, asentado en una historia de origen precisamente español, cuando los conquistadores impusieron a sangre y fuego la cristianización de todo un continente. Como escribiría Pablo Neruda en su Versainograma a Santo Domingo, durante la ocupación militar de 1965: “Enarbolando a Cristo con su cruz,/los garrotazos fueron argumentos,/tan poderosos que los indios vivos,/se convirtieron en cristianos muertos”.
Ese mareo echó raíces tan profundas que la República Dominicana tiene como patrona a la Virgen de las Mercedes, cuya conmemoración el 24 de septiembre es fiesta nacional inamovible, a diferencia del natalicio del Padre de la Patria. El origen fue reivindicado esta semana por un historiador ahora gobernante que nunca se presentó como creyente sino como marxista: que esa virgen apareció en el “Santo Cerro” de La Vega para ayudar a los conquistadores a matar indios en aras de la codicia que disfrazaban de evangelización. Se llega a sostener que la virgen devolvía a los indios las flechas que disparaban a quienes les arrebataban vidas, mujeres y propiedades.
Durante mucho tiempo se creyó que la “profunda devoción católica” era propia de tiranos y dictadores que compraban con favores de todo género el silencio de una jerarquía eclesial que sólo circunstancialmente ha reivindicado el legado de los frailes dominicos Bartolomé de las Casas, Antonio de Montesinos y Pedro de Córdova, precursores de los derechos humanos que hoy se proclaman universalmente.
Pero en la democracia también. Lo primero que hace un político dominicano con aspiraciones de poder es vestirse de devoto militante y avalar los dogmas más irracionales y atrasados. Los que han renegado del legado del profesor Juan Bosch lo hacen convencidos de que el laicismo del maestro fue una de sus condenas, por la que fue derrocado y jamás pudo volver a gobernar. Correría la misma suerte José Francisco Peña Gómez, quien heredó el liberalismo democrático y la convicción del Estado laico boschista, fundado precisamente en el respeto a la amplia diversidad religiosa de los seres humanos. Porque el laicismo no supone sentimiento antirreligioso, como si lo ha sido la interpretación predominante del marxismo.
Sólo ese pánico al incienso explica que hayan pasado diez años sin que las autoridades educativas, discípulos de Bosch, hayan hecho caso al proyecto de programa afectivo sexual que serviría de base a la reclamada educación sexual en las escuelas y colegios, como denunciaran en HOY el 19 de enero el siquiatra José Miguel Gómez y la educadora María Teresa Cabrera, expresident4es de la Sociedad de Psiquiatría y de la Asociación de Profesores.
Nuestros políticos han preferido la ignorancia, responsable de que la nación esté entre las líderes del continente y del mundo en embarazos de adolescentes y muertes materno infantiles, pese al mejoramiento de la cobertura de salud. Se teme que la educación sexual induzca a relaciones tempranas, ignorando que la mayoría de los dominicanos se inician en la sexualidad antes de los 15 años y que el 22 por ciento de las jóvenes entre 15 y 19 años tiene al menos un hijo, lo que no ocurre en países donde se imparte educación sexual en las escuelas.-