La política al igual que la medicina nace de una relación de confianza. El paciente llega al consultorio con la esperanza de encontrar alivio, de ser escuchado y acompañado en su sufrimiento. Ese mismo paciente, convertido en ciudadano, acude a las urnas con idénticas expectativas: confiar en que otra persona desde el poder, atenderá sus dolores colectivos. Sin embargo tanto en la consulta clínica como en la vida pública, la decepción aparece cuando la respuesta no corresponde a lo prometido.  Así transitamos, una y otra vez, de la esperanza al desencanto.

 

Ese desencanto no es un fenómeno aislado, se convierte en una dolencia crónica que se transmite de generación en generación, como si fuera una enfermedad hereditaria, que heredamos de nuestros padres y pasamos a nuestros hijos. Los pueblos cargan con la herencia de instituciones debilitadas, promesas incumplidas y lideres que prometen y olvidaron que la confianza es un recurso vital. En medicina lo sabemos, cuando un paciente pierde la fe en su médico, no solo deja de tomar su medicamento, también renuncia a la posibilidad de sanar, en la política ocurre igual, cuando los ciudadanos dejan de creer , también renuncian a la posibilidad de transformarse.

 

Como médico familiar y comunitario entiendo que la salud no depende solo de recetar pastillas, requiere mirar al paciente en su contexto, comprender su entorno, prevenir antes que curar. La política debería funcionar con esa misma lógica. No basta con improvisar medidas,  cuando el mal ya se ha propagado como metástasis en el cáncer. Se necesita una visión preventiva que actúe sobre las raíces de la desigualdad, la pobreza y la exclusión.

 

El desencanto que vivimos como país es el fruto de haber ignorado esa mirada integral, estamos legando un sistema que responde a crisis inmediatas , pero no construye soluciones duraderas. La corrupción se convierte en fiebre recurrente, la desigualdad en la hipertensión arterial que se eleva hasta dañar órganos diana, la falta de oportunidades se convierte en heridas que nunca cicatrizan. Y lo más grave es que estas dolencias sociales se normalizan, como si fueran parte inevitable de nuestro destino.

 

Pero así como la genética no determina por completo la salud de una persona, en política la herencia social no tiene por qué definir nuestro futuro político. Con una debida prevención, con hábitos distintos, con un compromiso firme, es posible cortar el ciclo del desencanto. La esperanza no puede ser usada como una promesa vacía, debe cuidarse, alimentarse y traducirse en hechos concretos que responda ante la necesidad de la gente.

 

Cargamos con una herencia pesada, sí,  pero tenemos la oportunidad de transformarla. Un país sano no se construye solo desde el gobierno, ni únicamente desde la oposición, se edifica desde una visión común que ponga al ciudadano en el centro de las políticas públicas, como paciente que merece la mejor atención. La política debe aprender de la medicina que prevenir es más sabio que curar y escuchar siempre será más poderoso que imponer.

 

El desafió que tenemos está planteado Juntos Podemos, de nosotros depende que la esperanza no muera en desencanto, sino que se convierta en el motor de una herencia distinta, la de una sociedad que aprendió, al fin, a sanar.

 

Dr. Miguel Rojas Agosto

@mrojasagosto