La sociedad dominicana vive periodos sucesivos de flujo  y reflujo de la delincuencia. Pero la seguridad ciudadana estable sigue siendo una meta elusiva, dentro de un círculo cada vez más vicioso. Aumentan  los hechos violentos y las autoridades anuncian y disponen operativos para detener estos hechos. Sobreviene una relativa calma. Se anuncian, como evidencia de triunfo, los porcentajes en los que ha disminuido  los hechos violentos. Las autoridades desmontan un insostenible aparato represivo.  Sobreviene en poco tiempo la siguiente oleada de asaltos, crímenes, y demás hechos delictivos. Parece una novela corta, pero no lo es. El dolor, el miedo, la indefensión,  la indignación ciudadana continúa creciendo como el vapor en una olla a presión, a punto de explotar.

 

Desde Casa Abierta vemos que el problema está en que se sigue repitiendo el mismo esquema fracasado, pretendiendo resultados distintos. Se sigue dejando en manos de autoridades represivas,  débiles ellas mismas, problemas sociales complejos. La represión solo ataca las consecuencias, por lo tanto no importa los recursos que se inviertan siempre se va directo al fracaso.

 

No es casual que las personas involucradas en asaltos provengan de sectores empobrecidos. Sectores donde predomina el desempleo, la miseria, la deserción escolar, la deficiencia  educativa, la familia desintegrada, el hacinamiento, los embarazos a temprana edad,  la carencia de servicios de calidad: salud, educación, agua, basura, energía eléctrica…Esta realidad espantosa es el caldo de cultivo y  causa fundamental de la delincuencia.

 

Pero las  autoridades no  se detienen  a buscar soluciones a  la gran deuda social acumulada que ha generado  esta gran pobreza estructural, que no solo de falta de recursos económicos. Nuestro país ocupa generalmente lugares de poco privilegio en las estadísticas negativas, regionales y hasta mundiales. Son las consecuencias directas de esa paradoja que resulta de tener uno de los mejores índices históricos de crecimiento económico, junto con la más negativa distribución justa de esas riquezas generada por toda la sociedad.  Todo esto es fruto de esas políticas equivocadas que se han seguido para enfrentar los problemas nacionales.

 

Con la delincuencia no hay atajos posibles. La represión por sí sola no va a resolver este delicado problema. Es hora de asumir que el deterioro que acusa nuestra sociedad no admite ya más paliativos, o alardes de fuerzas,  que además generan más problemas a la ciudadanía y mayor deterioro de la relación ciudadanía-policía.

 

Es necesario un verdadero plan integral, desde Casa Abierta lo hemos planteado en muchas ocasiones. Las autoridades deben actuar con inteligencia. Inteligencia para intervenir en las comunidades empobrecidas con políticas sociales, que atiendan los problemas fundamentales de estas, y políticas  de “cooperación activa”, que son experiencias de buenas prácticas con resultados increíblemente positivos en ciudades como Rio de Janeiro, San Diego, Boston. Inteligencia para vincular a las propias comunidades en la solución de sus problemas. Para esto hay que  contar con las escuelas, las organizaciones sociales, clubes, las iglesias, y cualquier otro espacio de organización y presencia comunitaria. Inteligencia y tecnología para detectar y detener a las personas que delinquen sin afectar a la ciudadanía inocente. Inteligencia para invertir en organismos estatales preparados, honestos, motivados…, que impidan la impunidad y la corrupción.