Cuando me dijeron que Facundo Cabral había sido asesinado en Guatemala quedé preso del estupor y la vergüenza. No podíamos esperar que un cantautor, un poeta, un filósofo de la canción popular que celebraba la emergencia de cada cantor, porque era un soldado menos, pudiera morir acribillado, y menos aún de forma tan vulgar, por equivocación, a manos de sicarios pagados por el narcotráfico.
Me saltó a la memoria el poema con que Mario Benedetti celebró la vida de su colega salvadoreño Roque Dalton, asesinado por sus propios compañeros en 1975 durante una absurda pulga ideológica: “…el hecho es que llegaste temprano al buen humor, al amor cantado, al amor decantado, al ron fraterno, a las revoluciones, pero sobre todo llegaste temprano a una muerte que no era la tuya y que a esta altura no sabrá que hacer con tanta vida”.
Tremenda ironía que Facundo haya ido a morir a Guatemala, porque en el 2007 durante una entrevista para BBC Mundo citó una comunidad indígena Guatemalteca, heredera de la cultura Maya “que cuando se retiran de una reunión en la noche no dicen voy a dormir, sino que dicen voy a ensayar la muerte. Tal vez la vida es lo que va de la mañana a la noche. Vivimos 365 vidas por año”.
Toda la vida de Cabral es un inmenso canto de superación. Hijo de una madre abandonada vio morir de hambre y frío a cuatro hermanos, fue alfabetizado a los 14 años, vagabundeó hasta los 17 años hasta parar en un reformatorio. Y se levanta para andar por 159 países cantando a la vida, a la esperanza, al amor fraterno, a la revolución interior de los seres humanos.
Crítico, a menudo mordaz, filósofo de los escenarios artísticos, mezclaba la libertad y el disfrute de la vida con los valores religiosos y la trascendencia de la condición humana. “Un nuevo día para cantar, para reír, para volver a ser feliz. La vida es aquí y ahora mismo” El mismo se decía discípulo de Jesús y de Gandhi, mezcla de Borges y de Whitman, heredero del canto hondo de Yupanqui. En sus poemas musicalizados evocaba su hermandad con la Madre Teresa de Calcuta, pero sabía mantenerse lejos de los traficantes de los templos y los sentimientos religiosos. “Soy el Sancho de Jesús, que es mi Quijote, Traigo un poco de Borges y un mucho de San Agustín”.
La universalidad, la denuncia de los dogmas, el abrazo amplio de todas las creencias están presentes en los monólogos que caracterizaron sus recitales: “En mi corazón cristiano, suenan voces musulmanas. Hay budistas y judíos en mi sangre y en mi alma”.
En la obra de Facundo hay mucho aliento para el disfrute de la vida en plenitud de hermandad: “nacemos para vivir, por eso el capital más importante que tenemos es el tiempo. Es tan corto nuestro paso por este planeta que es una pésima idea no gozar cada paso y cada instante, con el favor de una mente que no tiene límites y un corazón que puede amar mucho más de lo que suponemos”.
Nómada por definición, vivió también en nuestro país, haciendo honor a su canción emblemática donde proclamó: no soy de aquí ni soy de allá, no tenga edad ni porvenir y ser feliz es mi color de identidad, Y una vez que le preguntaron sobre sus orígenes, cantó “yo vengo de todo el mundo, vengo de toda la gente, yo vengo de la alegría, vengo de la libertad.”
Fue muy triste el final de don Facundo Cabral, pero inmensamente alegre y productiva su vida, la cual debemos celebrar con la resignación que él mismo adelantó en la citada entrevista con BBC Mundo: “La muerte trabaja para recrear la vida. Es un reordenamiento. La que llamamos muerte es en realidad una mudanza. Uno deja el cuerpo que le fue tan útil para caminar en esta etapa terrena y vuela con su espíritu, que es lo que pasa con el sueño cada noche. Estamos para siempre, por eso tenemos que empezar a llevarnos bien con la vida. Porque la muerte es una recreadora de vida”.-