Por Juan Cruz Triffolio

Sociólogo – Comunicador Dominicano

La verdad que duele y duele inmensamente el tener que expresar que ha partido al reino eterno el carismático e insuperable Johnny Ventura.

El negro que orgullosamente proyectó, con su contagioso y cadencioso merengue, la singularidad de botar miel por los poros.

La industria nacional de la alegría, como también te renombramos, hoy cerró sus puertas para continuar irradiando nuestra música popular dominicana desde otras latitudes.

El Caballo Mayor ha sido y será inagotable con su peculiar estilo de interpretar el merengue con calidad y sabor a pueblo, acompañado de un dominio escénico envidiable y unos movimientos corporales escalofriantes y envolventes.

Su sonrisa constante junto a su innegociable vocación de servicio,  a favor de los más necesitados en el submundo de la marginalidad, constituyó un compromiso ineludible en su rectilínea vida de ciudadano y en su estelar y laureada carrera artística de larga data.

Estigmatizado en justicia como El Hijo del Pueblo, el nombre y la trayectoria de Juan Dios Ventura, el Johnny de siempre, seguirá siendo un paradigma a emular por quienes, en base a talento y carisma, desean coronarse con el éxito en el gigantesco escenario de la vida y en el espectáculo de luces y glorias.

Ha sido y permanecerá por siempre en los corazones de quienes lo disfrutamos como artista y para quienes tuvimos el privilegio de asumirlo como amigo solidario, una fuente de alegría inagotable y un ser humano de múltiples facetas digno de emular siempre.

La sonoridad de su nombre y sus incontables producciones musicales, repercutirá para orgullo de quienes compartimos su lar nativo, por todos los rincones del universo, como invitación a no dejar que muera la alegría y jamás perder las esperanzas de un mañana diferente.

Tu partida, aunque entristece, obliga a no olvidar el mandato que en vida siempre escuchamos de esta gloria del merengue inolvidable quien en uno de sus contagiosos temas, con una ironía y una gracia envidiable, resalta a viva voz: “…cuando yo me muera, yo no quiero flores, que toditos beban y que nadie llore…”

Paz a tu alma, amigo de siempre…

Tu despedida enlutece y tu ejemplo de vida, nos engrandece…

Que el Divino Creador, justiciero y amoroso, te colme de bendiciones en el Olimpo de los Inmortales…