Hay que darle crédito a las autoridades haitianas que esta semana anunciaron el cambio del nombre que habían puesto al edificio universitario que construyó el Estado dominicano en una de las múltiples expresiones de solidaridad desde el trágico terremoto que devastó a Haití hace dos años y que al mismo tiempo decidieron dejar el nombre del profesor Juan Bosch a la biblioteca de la academia.

Las dos designaciones despertaron la hipersensibilidad que sigue caracterizando las relaciones entre los dos Estados. Es obvio que fue un desacierto bautizar una universidad donada por la sociedad dominicana con el nombre de Henri Chistophe, personaje que, si bien es un héroe nacional haitiano, para los dominicanos representa los horrores que se dieron en los albores de las dos naciones. Esa advocación servía al propósito de quienes quieren mantener vivas las diferencias históricas, en ambos lados de la isla, pero mucho más entre nosotros.

Si del lado haitiano fue errática la selección del nombre para la universidad, por la parte dominicana también fue un desacierto proponer el de Bosch para la biblioteca. No porque le faltaran méritos, pues se trata de un reconocido intelectual, escritor, pensador político y estadista latinoamericano, pero que en sus últimos años ofendió a la intelectualidad haitiana, cuando declaró que nuestros vecinos están incapacitados para vivir en democracia, comparándolos con los animales domésticos.

Debe haber sido la única razón para que rechazaran el nombre del ilustre dominicano en la nueva universidad. Tal vez insuficiente dados sus méritos, pero comprensible y el que no lo entienda solo tiene que pensar si aquí acogeríamos un bautismo similar con el nombre de quien que hubiese dicho algo similar de los dominicanos.

Es probable que quienes propusieran los bautismos no tuvieran en cuenta los pecados indicados, uno mortal y el otro venial, pero pecados para muchos. Pero las autoridades dominicanas que entregaban la universidad, deberían haber advertido que el nombre de Chistophe reabriría viejas heridas que hace tiempo debieron cicatrizar por necesidad de convivencia entre dos pueblos hermanados por lo menos por la geografía. Debieron objetarlo y dilucidar diplomáticamente el diferendo, aunque tuvieran que posponer la inauguración.

El figureo internacional podía haber esperado unos días o semanas hasta dilucidar el asunto en privado, antes de que sonara la alarma de la hipersensibilidad empañando un hermoso gesto de solidaridad que iba en la dirección correcta de acentuar la hermandad entre las dos naciones y pueblos. El más interesado debió haber sido quien hizo la inversión en la obra.

Por cierto que tampoco fue una buena inversión la aparatosa presencia en el acto inaugural de la universidad de la mayor parte del gabinete dominicano ni los 23 helicópteros y un avión exhibidos en un ámbito de tanta pobreza. También es una ofensa para la pobreza dominicana la malversación de recursos que implicó tan desproporcionada movilización.

Ojalá que la rectificación de las autoridades haitianas espante los fantasmas del pasado y aliente nuevos reencuentros solidarios entre los dos pueblos. Sobre todo que nos convenza a todos de que tenemos que priorizar lo que nos une y no insistir tanto en lo que nos separa.

Creo que en ambos lados hay suficiente consciencia de que somos dos naciones obligadas a convivir en un espacio isleño de apenas 72 mil kilómetros cuadrados, realidad que ningún prejuicio ni determinismo podrá cambiar. Ni siquiera la alta sismicidad que tanto preocupa en los dos países podrá separarnos, ya que ninguna de las fallas geológicas que nos pueden afectar va de norte a sur.

Es una grave responsabilidad de gobernantes y líderes político-sociales, de los intelectuales, religiosos, educadores y comunicadores de ambas naciones promover una solidaridad auténtica, una gran colaboración y espíritu de diálogo para enfrentar los problemas comunes y constituir una gran cooperación dominico-haitiana. Ojalá que la nueva universidad contribuya abundantemente a este objetivo.-