Tengo dudas de que dentro del desconcierto de gritos, descalificaciones, intolerancia y exclusiones que caracteriza el debate nacional hayamos puesto suficiente atención a las advertencias formuladas por el Fondo de Población de las Naciones Unidas (FPNU) por el advenimiento del ciudadano o la ciudadana 7 mil millones a este mundo en descomposición ecológica, económica y urbanística.
Los desafíos son ya inconmensurables para la conciencia pensante de la humanidad, a nivel mundial, regional y nacional, porque los problemas del desequilibrio del planeta, la aglomeración urbanística, el agotamiento de reservas energéticas y, acuíferas y las crecientes dificultades para alimentar y dar empleo a una población mayoritariamente joven, penden sobre toda la humanidad como espada de Damocles.
Es que llegó el o la 7 mil millones, pero cuando alcance la edad promedio estaremos recibiendo el 10 mil millones y al final de su vida serán 15 mil millones de seres humanos, según las proyecciones del FPNU. Ya hoy más de la mitad de la población es joven, en alta proporción excluida del reparto de los beneficios sociales, con escasos servicios de educación y creciente dificultades para encontrarse con un empleo digno que de seguridad a su futuro.
Hacinados en megápolis, cada vez con mayores dificultades de equilibrio ecológico, y de servicios fundamentales de transporte, vivienda, agua y educación, cientos de millones de desempleados y excluidos serán una amenaza para la seguridad y la convivencia. La simple bipolarización de la población, con más del 50 por ciento por debajo de los 25 años y 25 por ciento sobre 60, representará enormes desafíos.
Nosotros estamos en una de las regiones más privilegiadas del mundo, pero al mismo tiempo de las que registra mayor crecimiento poblacional y peor distribución del ingreso y en una subregión que ya alcanza alarmantes tasas de violencia homicida y delincuencia que amenazan la seguridad general.
Aquí en la República Dominicana quien marcó el 7 mil millones fue una niña, hija y nieta de adolescente, subsidiaria de la pobreza y la ignorancia, que vino a recordarnos que tenemos la tasa de embarazo adolescente más alta del continente, y entre las mayores del mundo, expresión de incapacidad hasta para decirle a los niños y niñas que pueden administrar sus impulsos sexuales o por lo menos evitar que se traduzcan en prolongaciones que terminen de frustrar sus vidas cuando apenas deputan.
Ni siquiera estamos seguros cuantos somos en la media isla ni en ella completa, ya que todavía no hemos aprendido a contarnos y cada censo concluye en incertidumbre, como el de hace un año, cuyos resultados no han podido ser procesados porque el dinero no nos alcanza para esos lujos. Pero podríamos haber estado recibiendo la habitante 10 millones y la veinte de esta isla indivisible y única, cosa que una buena parte todavía no acaba de entender. Más difícil es prever cuántos seremos para mediados del siglo. Aventuremos conservadoramente que 27 o 28 millones, y 35 o 38 millones para cuando llegue el próximo.
Si ya los desafíos son enormes para las presentes generaciones, sólo hay que imaginarse lo que serán para los hijos y nietos que les esperan. Qué clase de sociedad y de convivencia queremos heredarles. Con el agravante de que cada vez será más difícil encontrar desahogo en la migración que en el último medio siglo abrió espacios vitales a más de dos millones de dominicanos y haitianos que, por demás, han enviado remesas sin las cuales la pobreza y el atraso serían descomunales.
Me temo que la llegada de nuestra 7 mil millones no ha sido suficientemente ponderada. Probablemente porque estamos demasiado ocupados en agenciarnos con excesiva anticipación quién será el administrador de nuestros excesos y miserias a partir de agosto venidero. Tal vez porque no queremos dejarnos atrapar por el pesimismo, o porque, en última instancia, El Señor proveerá.-