Por Manuel Hernández Villeta
¿De que material está hecho un dictador?. ¿quién pare al dictador: una maldición divina o las injustas circunstancias sociales?.
El hombre puño de hierro se nutre de las ilusiones de la mayoría, de los deseos inalcansables del pueblo de a pie, de los sueños de una mejor vida del Don nadie.
Ningún hombre, por más fuerte que sea con el guante de acero, por más apoyo militar que cuente, utilizando a su libre albedrío a las bayonetas, se mantendrá en el poder si no cuenta con el apoyo del gran pueblo.
En cualquier país miserioso del tercer mundo, la mayoría la constituye las masas analfabetas, sin comida, sin educación, sin asistencia hospitalaria, sin siquiera un dia a día, porque no tiene trabajo, y vive entre el fango y la mugre.
Las fallas sociales que son provocadas por la usurpación y mal uso de las riquezas, son aprovechadas por los dictadores, sean civiles, militares, de izquierda y derecha.
Para mantenerse en el poder, tiene que tener sintonías con las grandes masas populares, que son las que llevan a hombro a los dictadores, cuando piensan que un hombre providencial les puede solucionar sus problemas.
Una dictadura de larga data puede perder las simpatías de una parte del pueblo, en el ejercicio de sus actividades diarias, pero si no cuenta con un segmento social bajo el brazo se derrumba como un castillo de naipes.
Cuando se habla de las dictaduras de cualquiera de los países del tercer mundo, solo se quiere presentar la cara violenta de los predestinados del caso, o el momento de la derrota, pero sin ir a las causas que originaron su encumbramiento en el poder.
Pasa con Trujillo, con Gadafi, con Fidel Castro y hasta con Chávez.
A todos estos hombres los catapultaron las masas hacia el poder, porque en un momento dado sentetizaron cambios y oportunidades para el de abajo, para el desarrapado, para la carne de cañón de los potentados de turno.
Gadafi tomó el poder de una dictadura corrupta, que sometía a Libia a un atraso total de siglos; Fidel Castro llegó sobre el desgobierno y la corrupción propiciada por Fulgencio Batista, y decenas de mal gobernantes cubanos.
Trujillo pudo ser un asesino político, un capataz de horca y cuchillo, pero no llegó como un regalo espiritual, ni de la nada. Lo impuso la bota extranjera, en base al apoyo local que tenía. Eliminó a los gavilleros, y era la esperanza del campesino que no conocía zápatos.
Trujillo, sable en mano, sintetizó en sus inicios las esperanzas de las masas analfabetas que sin conciencia y sin capacidad de lucha, se ciñeron a la intervención militar norteamericana y denunciaron a los guerrilleros agrarios.
Trujillo les prometió a esa masa irredenta pan, les prometió poder entrar a los clubes a bailar, les prometió seguridad, les prometió tener una identidad, les presentó el espejismo de que uno de ellos, un mozo de cuadra de caballos, iba camino al Palacio Nacional.
En el desarrollo histórico, Los hombres cambian su libertad y su libre albedrío, cuando temen a la inseguridad social, y uno que dice ser predestinado los lleva en hombros hacia lo que creen es un futuro mejor.
Los cambios sociales son productos de la coyuntura momentánea de la sociedad, y para bien o para mal, hay hombres que capitalizan los deseos de la mayoría, y se adueñan de su voluntad.
Las dictaduras no son maldición divina, sino causa de la pobreza, del abandono social, de la mala repartición de las riquezas, que paren al juglar que canta nuevos tiempos.