Dedicado especial y póstumamente al Dr. Nicolás Ciccone Comas.
El infortunio de tener un ser querido ingresado en la Unidad de Cuidados de Intensivos (UCI) de un centro de salud, privado o público es resquebrajante del ánimo. El hecho de perder el contacto con nuestro paciente, al cual solo accedemos en esporádicos encuentros pautados con estricto rigor medico, incrementa nuestra pena y el nerviosismo.
Considerar el aislamiento del paciente como limitador de toda suerte de contagios es una realidad y una obligación. Depositar nuestra confianza en la ejecución de los procedimientos aplicados para recuperar la salud del afectado realidad es. Por cuanto, todo lo realizado en esa Unidad solo es conocido cuando periódicamente se nos informa el estado de nuestro paciente, o en el momento en el cual se pasa balance al final del proceso.
La escasez de UCI en nuestro país es muy alta, solo existen en las grandes ciudades, en cantidad insuficiente y calidad deficiente. Muchos son los causales para generar un aumento en la creación de las UCI, a saber: el acrecentamiento poblacional, el aumento del parque vehicular lo cual agranda la posibilidad de accidentes, la multiplicidad de actividades laborales de alto riesgo, entre otras.
Su insuficiencia las hace carísimas. El costo ronda desde los RD$30 mil/ día @ RD$150 mil/ día según la categoría del centro hospitalario. Supónganse los avatares por los cuales atraviesa una familia de bajos recursos económicos para solventar las atenciones de un familiar recluido en dicha instalación. Ante la prolongación del internamiento, solo la misericordia de Dios y el amor de Jesucristo por ellos evitarían perder cuanta provisión monetaria exista.
Recientemente en la familia de mi esposa- Dra. Maitet Sánchez Ciccone- fuimos tocados por los efectos devastadores emocionales, afectivos y económicos de tener un queridísimo pariente por casi dos meses ingresado en una UCI, con graves consecuencias en todos los aspectos. La revisión del desglose de medicamentos administrados a nuestro paciente nos llevó a la irrealidad. Ni el tiempo, ni el espacio, ni los requerimientos de nuestro paciente admitían una cantidad tan alta de medicamentos, mucho menos de material gastable. Este acápite rondó poco más del 75% de la cuenta total, sin apelación, sin cabida a reclamos, sin posibilidad de contrastarla con un referente. La única opción fue pagar. La única consideración del centro de salud fue diferir los pagos.
Afligidos, como estamos, reclamamos de las autoridades la aplicación efectiva de medidas de transparencia en cuanto al manejo de un paciente recluido en UCI, controles reales sobre la cantidad y calidad de los medicamentos, supervisión estricta del funcionamiento de éstas. Existen muchas superintendencias estatales con capacidad de fiscalizar el correcto desenvolvimiento de las instituciones de salud, a las cuales les pedimos ejercer la función para la que fueron creadas.
La abnegación, solidaridad, compasión, dedicación, paternalismo y amor por sus pacientes dispensado en su productiva vida por el Doctor Nicolás Ciccone no puede ser dilapidado. Como él mismo lo hubiese deseado, los resultados negativos de sus padecimientos han de convertirse en transformaciones positivas para la vida de quienes aun estamos sobre la faz de la tierra.
Aprovechar una apabullante mayoría congresual para beneficio politiquero, tratativas y malas artes no es legislar para el progreso. Ejercer el poder para no resolver ninguno de los problemas perentorios del país es una procacidad. Manejar el presupuesto nacional como si fuese su billetera es un desbarro. Creerse la solución a la problemática mundial es una inmadurez. Esta es otra oportunidad- idónea para CORREGIR LO MALO- aplicando punitivos en pro de la mejoría de la calidad de vida de los dominicanos.