Todavía no se ha estudiado suficientemente el valor de los emigrantes dominicanos que en el último medio siglo se expandieron por el mundo en busca de mejores condiciones de vida, manteniendo profundas raíces con sus orígenes nacionales, aunque sometiendo a sus descendientes a la simbiosis transcultural. Ellos han sido vitales para el sostenimiento y el relativo desarrollo de la sociedad dominicana.
Desde luego que no han sido pocos los aportes de los investigadores dominicanos y académicos extranjeros, especialmente de los integrados a instituciones como el Instituto de Estudios Dominicanos de la Universidad de Nueva York o al Voluntariado de Madres Dominicanas en España (Vomade), para sólo citar dos de las más conocidas.
Pero aún así la mayoría de los dominicanos tiene una gran ignorancia sobre lo las dimensiones, aportes y significados de la diáspora dominicana, a la que de ordinario se tiende a subestimar y hasta estigmatizar, como si todos y todas fueran narcotraficantes, trabajadoras sexuales o desclasados inadaptados.
El diario El Caribe recogió el 14 de junio un informe del Consejo Nacional para las Comunidades Dominicanas en el Exterior (CONDEX) que estima en cerca de dos millones los nacionales que residen en el exterior, lo que equivale al 20 por ciento de lo que sería la población de la República Dominicana. De ellos 1 millón 334 mil estaban radicados en Estados Unidos en el 2008. En Nueva York los y las dominicanas constituyen la segunda concentración latina y en Puerto Rico la primera colonia extranjera.
En Borínquen la comunidad dominicana era oficialmente de 69 mil 864, según censo del 2006, pero hay mucho más indocumentados, por lo que se les estima hasta en 300 mil. En España las estadísticas oficiales los cuantificaban hace tres años en 80 mil 973, pero Vomade los cifra sobre cien mil. El informe del CONDEX recoge el dato oficial de 18 mil 591 del Instituto Italiano de Estadísticas, y 11 mil 600 en Holanda.
Dominicanos hay por millares en casi todas las islas del Caribe, en Centroamérica, y en múltiples naciones de Europa y Sudamérica, y se les encuentra en lugares tan distantes como Irak o Japón, y tan fríos como Alaska, Suecia o Rusia. En todas partes se fajan en cualquier tipo de trabajo, laborando horas extra para enviar remesas a los que dejaron aquí, y soñando con acumular para volver a los suyos.
Las estadísticas oficiales indican que desde el 2008 las remesas de los migrantes dominicanos pasan de los 3 mil 100 millones de dólares por año, una cifra fundamental en el precario equilibrio de las finanzas nacionales. Sin ese aporte que llega al 20 por ciento de la población nuestra pobreza sería mucho mayor.
En otra perspectiva, si esos casi dos millones de dominicanos no hubiesen emigrado, las tensiones sociales hubiesen hecho explosión, sobre todo si se tiene en cuenta que una alta proporción de ellos y ellas son de los que más acunaban el inmenso deseo de progresar y cambiar el curso de sus vidas.
Honor especial hay que reservar a esas decenas de miles que desde los años setenta tuvieron la valentía de emigrar en yolas hacia Puerto Rico, jugándose la vida en búsqueda de progreso. No se sabe cuántos perdieron la partida, pero los sobrevivientes son suficientes para testimoniar el profundo valor de esa migración.
Lo penoso y negativo es que al emigrar los que más deseos de progreso sustentaban, dejaron campos, pueblos y barrios poblados con los más conformistas. Los mejores son los que no se resignan a la pobreza. !Loor a los emigrantes dominicanos!.-