Por: Dr. Miguel Rojas Agosto

Sin disciplina no hay militancia, sin militancia no hay transformación, y sin transformación seguiremos cargando la herencia del desencanto.

En un artículo anterior hablé de la herencia pesada que cargamos como sociedad y cómo la esperanza muchas veces termina convertida en frustración ciudadana. Hoy quiero dar un paso más: esa herencia solo puede superarse si asumimos la política con disciplina, convicción y respeto a las normas si en efecto aspiramos a una transformación profunda. Sin disciplina no hay militancia, sin militancia no hay transformación, y sin transformación seguiremos cargando la herencia del desencanto.

En mi experiencia profesional he aprendido que la disciplina salva vidas. Un paciente con una patología crónica que respeta su tratamiento, cuida su dieta y mantiene el ejercicio puede vivir con calidad por décadas. Pero quien cede a la excusa y a la comodidad, termina pagando un alto precio en salud, e incluso con su vida. Lo mismo ocurre en la política: sin disciplina, sin normas y sin organización, ningún proyecto sobrevive.

Ser parte de un partido político no es un pasatiempo ni una posee en redes sociales. Es y debe ser una responsabilidad que exige sacrificio, constancia y lealtad. Así como los médicos pasamos noches de guardia para garantizar la atención de un paciente, un verdadero militante debe estar dispuesto a dar tiempo y energía para que la causa avance. No hay medicina sin estudio ni entrega, tampoco hay política seria sin militancia disciplinada.

Lo digo con franqueza la indisciplina es la enfermedad más peligrosa dentro de una organización. Un militante que ignora la dirección, que desconoce la jerarquía o que busca atajos personales, pone en riesgo el esfuerzo colectivo. En el área de la salud lo veo cada día, un paciente que abandona las indicaciones de su médico no solo fracasa el, arrastra también a su familia al sufrimiento. En política un solo eslabón débil puede quebrar una cadena.

Las jerarquías en las organizaciones políticas no son caprichos son la columna vertebral de cualquier proceso. En un quirófano nadie duda quien dirige la cirugía, cada quien cumple su rol y gracias a esa claridad se salva una vida. En política respetar la jerarquías no significa renunciar a pensar, significa multiplicar fuerzas a través del orden. Quien rompe esa disciplina abre las puertas al caos y a la derrota.

La militancia es en esencia, un entrenamiento. Así como los médicos pasamos años en formación antes de asumir la vida de un paciente, el militante debe aprender, formarse y someterse a un proceso riguroso. No hay espacio para la improvisación. Las organizaciones  que se construyen sin disciplina, sin mística, sin procedimientos, se derrumban en el primer choque con la realidad.  

Hoy necesitamos militantes políticos de acero, no de papel. Militantes que sepan respetar, resistir, y que entender que la política no es un juego de vanidades, sino un compromiso de vida. La disciplina que salva al paciente en medicina es la misma que puede salvar a un país entero. Quien no lo entienda así, terminará siendo parte de la herencia del desencanto.