A Pleno Sol
Por Manuel Hernández Villeta
Los programas de seguridad ciudadana serán un fracaso hasta que no se integren a la población. No solo es dar órdenes, sino saber que los más perjudicados por la violencia callejera son las personas anónimas, el gran concurrente de las calles, el que busca la seguridad depositando su dinero en un banco.
No se trata de lograr mantener el orden y la seguridad con uniformes o funcionarios de saco y corbata. Si las disposiciones no están imbuidas en lo que siente y padece la gente, no habrá integración contra el crimen.
Lo primero que siempre se debe de tomar en cuenta es que cualquier medida de control de los atracos, el sicariato, el narcotráfico y la violencia en general, no puede ser unilateral de instituciones de seguridad, o del ministerio de Interior y Policía.
En una sociedad democrática toda acción debe ser para proteger al pueblo, pero no se puede esgrimir medidas perjudiciales a trascendentales sectores sociales tratando de dar una protección a un grupo mayoritario que no la pidió, pero que es obligación del Estado proveerla.
En la actual lucha contra el crimen hay un gran ausente: el hombre y la mujer de la calle, el silencioso de la multitud, el que camina y no deja huellas, el simple ciudadano.
Cuando se realiza una redada en un barrio marginado para detener a un puñado de revoltosos, se está molestando innecesariamente al ciudadano que se debe de dar protección. Ahí mismo la campaña comienza a cojear.
Las autoridades civiles tienen que salir de sus despachos de aire acondicionado y quitarse el saco y la corbata para ir a los centros de trabajo, a los colegios, a los barrios, a explicar las acciones que se toman contra la delincuencia y plantear el apoyo que necesitan.
La policía tiene que tener la cara amable. Su misión es proteger al ciudadano. Debe partir de la realidad de que la mayor parte de la población es seria y responsable y nunca ha cometido un delito, El director general de la Policía vaya a cualquier barrio –ojala y sea a todos- con las mangas arremangá, el botón superior de la camisa desabotonado y tomándose un café en una casa humilde. Ese es el mensaje que hace falta: las autoridades están para protegerte y no para enrostrarte su superioridad y su autoridad ante ese ejército que transita con la cabeza baja pensando en sus problemas y los acosos sociales y clamando que vengan a salvarlo. Sin vengadores errantes, pero si con justicia.