MEXICO.- Ciento veinte segundos dentro de la celda de la que se fugó Joaquín “El Chapo” Guzmán alcanzan para hacer que la historia de su escape sea un poco más inverosímil.
¿Cómo nadie escuchó nada? ¿Cómo nadie vio nada?
Dicen que el tiempo dentro de una prisión transcurre de forma lenta.
Ciento veinte segundos en el puñado de metros cuadrados en los que uno de los mayores criminales del mundo pasó 504 días son suficientes para que decenas de pensamientos se crucen por la cabeza.
Alcanzan también para abonar las sospechas de que de ahí se sale con cómplices dentro, o no se sale, y para sembrar más dudas sobre lo ocurrido el sábado por la noche.
Forma de L
La celda 20, de la cual se fugó el líder del cartel de Sinaloa, queda al final de un pasillo.
Para llegar a la celda en la que se alojaba “El Chapo” hay que pasar dos rejas. Diminuta, fría, inhóspita.
Tiene forma de L. Se ingresa tras una gruesa puerta de metal. Se entra después de atravesar una segunda reja.
Para alcanzarla previamente hay que abrir 18 rejas. Todas son grises, gruesas y frías; algunas electrónicas, otras de llave.
Casi en todas hay que enseñar la identificación a un policía. En varias, ese proceso incluye mirar a una cámara colgada del techo durante tres segundos y colocar la credencial a la derecha de la cara y a la altura del mentón.
El penal de máxima seguridad de El Altiplano, ubicado a unos 90 kilómetros al oeste de Ciudad de México, es un laberinto sin vida.
Recién después de caminar un rato se ven algunas señales. Tres pelotas debajo de una escalera, una mujer que acomoda unos platos de comida en un carrito. Son las 7 de la tarde y a esa hora cenan los presos.
Aparecen los primeros prisioneros: rapados o al menos con poco pelo, no como el hombre que apareció en las grabaciones de la celda 20 el sábado. Y pálidos, tanto que el beige claro de sus uniformes tiene más intensidad que sus rostros.
Algún grito ininteligible resuena por los pasillos.
La salida de “El Chapo”
La cárcel marea. Los pasillos idénticos, las rejas iguales. Parece no haber salida.
Las autoridades del penal daban dos minutos a cada reportero para entrar.
A “El Chapo” le cayó una del cielo diez metros bajo tierra, milagros del “Señor de los Túneles”.
Por el que se escapó medía un kilómetro y medio de largo. En su celda se ve el comienzo, pero es tan profundo y oscuro que en realidad no se ve nada.
Un agujero en la zona de la ducha por el cual se metió poco antes de las 9 de la noche del sábado 11 de julio.
Más de un centenar de periodistas a lo largo de este miércoles —un día de horas y horas de espera, lluvia y barro fuera del penal— enfocaron sus ojos hacia el agujero del que más se ha hablado en todo el mundo en los últimos días.
Las autoridades de la cárcel daban dos minutos a cada reportero para entrar, ver y recordar.
Ciento veinte segundos que para algunos allí podrían acercarse a lo eterno, para otros apenas daban para suspirar.
La celda
La cámara de seguridad estaba en el ángulo superior izquierdo de la celda.
Debajo, un colchón beige sobre una cama que no debía superar el metro y medio de largo.
Frente a ella, una banqueta de cemento, una mesa de cemento, un estante de cemento. Pura grisura, con excepción de tres ganchos (rojo, amarillo y azul) en lo alto de esa pared.
Una ventana rectangular deja colar unos rayos de sol cansados; un foco rectangular en una de las paredes regala una luz enrejada y violenta.
Junto a la cama, un lavabo, luego una letrina, y pegado a ella la regadera.
Allí no llegaba la cámara de vigilancia. Dos muros de unos 120 centímetros de alto protegían la intimidad de Guzmán Loera.
Por allí desapareció el hombre al que ahora buscan miles y miles de efectivos.
A un kilómetro y medio de la cárcel más segura de México, y a más de 10 metros bajo tierra, terminaba el túnel, en una casa a medio construir, que la BBC no pudo visitar.
Se había hecho tarde, el sol había caído y había llovido tanto que el túnel corría riesgo de colapsar.
La obra de ingeniería de los cómplices de “El Chapo”, fugado por la ducha, no era inmune al agua.