Hace medio siglo que León Felipe nos lo inculcó: “que no hagan callo las cosas ni en el alma ni en el cuerpo/Pasar por todo una vez, una vez solo y ligero,/ligero, siempre ligero/Sensibles a todo viento y bajo todos los cielos/poeta nunca cantemos/la vida de un mismo pueblo/ni la flor de un solo huerto/Que sean todos los pueblos/ y todos los huertos nuestros”.

Cansados de tantas estadísticas y evaluaciones que sitúan nuestro país en los rincones del desarrollo humano, podemos caer en la tentación de la resignación o de la insensibilidad y acostumbrarnos a los peores absurdos como ese de seguir aplazando la educación sexual en las escuelas, prisioneros de la mojigatería que pregona que el conocimiento podría  inducir a los niños y adolescentes a experimentar el sexo temprano.

Tienen que herir nuestra sensibilidad los datos contenidos en el Mapa de Embarazos en Adolescentes presentado esta semana por un grupo de reconocidas instituciones el cual establece que el 27 por ciento de los partos, cesáreas y abortos registrados durante el año 2015 en los hospitales correspondieron a adolecentes, en el rango de los 10 a 19 años. La epidemia está en ascenso y viene de lejos, porque el 24 por ciento de las mujeres que ya están entre 20 y 49 años tuvo un hijo antes de los 18 y el 41 por  ciento ante de los 20 años.

Tiene que doler mucho más saber que la República Dominicana, con todo el progreso material y sostenido crecimiento económico pregonado, y una amplia red hospitalaria, está entre los cinco países de mayor embarazo adolescente en el continente, con una tasa de 90 por mil, cerca del doble del promedio mundial, que es de 51 por mil.

Hay un cordón umbilical entre los embarazos a temprana edad y la pobreza y falta de instrucción y este estudio lo ratifica: el 61 por ciento de las adolescentes embarazadas están ubicadas en los dos quintiles más pobres de la población nacional y viven en las provincias con mayor proporción de pobreza. Son susceptibles de políticas focalizadas. Las niñas con instrucción básica o primaria tienen un porcentaje de embarazo temprano hasta seis veces mayor que las de educación superior. Muchas son víctimas de violaciones que ni se investigan ni se sancionan, aunque son catalogadas de crimen, lo que los fanáticos religiosos olvidan.

El absurdo cobra mayor dimensión cuando se contacta que el Plan Nacional de Prevención del Embarazo en Adolescentes, diseñado por Salud Pública, sólo contempla una inversión anual de 64 millones de pesos, cuando la atención al embarazo y maternidad de las adolescentes tiene un costo anual de 2 mil 103 millones de pesos. En otras palabras: que como no invertimos en prevenir, gastamos 33 veces más en remediar.

Es una muestra de extrema irresponsabilidad que todavía el Estado no haya establecido la educción sexual desde la escuela primaria y que aún  no incluya el expendio de preservativos en sus boticas populares, lo que se ha discutido durante años.

La voluntad ejecutiva del Estado está secuestrada por pastores y sacerdotes que pregonan el pecado como política pública, con hipocresía y puritanismo sexual que no practican incluso la mayoría de sus feligreses. Y los estudios han demostrado que la educación sexual induce más a la responsabilidad que a la promiscuidad.

Se penaliza a las más pobres que despiertan a la sexualidad más temprano por el hacinamiento en que viven, por la falta de oportunidades de estudio y entretenimiento y por entornos familiares de abuso e ignorancia. La carga de hijos en la adolescencia las deja fuera del sistema educativo y la condena a la pobreza, con una cadena que es condena y se reproduce de generación en generación.

La única forma de empezar a romper esa cadena es con mucha educación, incluyendo el suministro de instrumentos preventivos, y que las iglesias dediquen todas sus energías a predicar la abstención sexual. Pero que no impongan la ignorancia, a los más pobres, porque las clases medias y altas también prueban el sexo temprano y comulgan.-