JUAN-BOLIVAR-DIAZNunca he ocupado  los espacios periodísticos en que intervengo para enjuiciar el trabajo individual de los demás comunicadores, por respeto a la diversidad y entendiendo que no me pagan para eso, y he rehuido responder los frecuentes ataques e infamias de otros convertidos en sicarios de la palabra. Pero como todo tiene su límite, esta vez quiero poner en su lugar algunas de las infamias lanzadas esta semana por mi testimonio sobre el asesinato  del inolvidable periodista Gregorio García Castro (Goyito), hace 43 años.

No sé de dónde sacó el comentarista Alvaro Arvelo que en ese trabajo, titulado “A Goyito García Castro lo matan por combatir crímenes políticos”,  se insinuaba que el periodista César Medina fue quien realizó la llamada telefónica que condujo al Jefe de Redacción de Ultima Hora hacia su carro,  para ser asesinado. Dije que al despedirme de Goyito a las 8 de la infausta noche del 28 de marzo de 1973, lo dejé con Medina en la redacción, pero precisé que a las 8.30 ya aquel había quedado solo y que tras recibir una llamada no cerró la puerta como hacía el último en salir. Consigné que “he vivido hilvanando hipótesis sobre el gancho que movió a un periodista tan astuto”, lo que quiere decir que hasta ahora no lo sé.

Nunca he dicho ni he pensado que César Medina fuera el autor de la llamada telefónica, porque no apelo a la infamia, porque  no lo he creído capaz de una acción tan horrenda, y porque siempre supe que Goyito fue víctima del sector militar-policial que adversaba al general Neit Nivar Seijas, con el que ambos mantenían vínculos.

Deploro y rechazo enérgicamente las diatribas que durante varios días me ha dirigido  el periodista embajador Medina en su columna diaria del Listín Diario. Pero sobre todo por poner en boca de Goyito palabras infames que nunca pronunció, abusando del forzado silencio de ese mártir del periodismo.

No salí despedido de Ultima Hora ni de los dos diarios que luego dirigí, como inventa el columnista. Me fui del vespertino en mayo de 1974, días antes de la farsa electoral reeleccionista por la censura que impuso a mis trabajos personalmente el presidente de la editora,  Moisés  Pellerano. Hasta ahora nunca me han botado de un empleo en 55 años de trabajo, los últimos 29 como ejecutivo periodístico  de Teleantillas.

Virgilio Alcántara dirigió Ultima Hora con absoluta profesionalidad, en armonía con Goyito y con todos los que integramos la redacción, todos afortunadamente vivos.  Ambos integraron a Aníbal de Castro, Guarionex Rosa y a mí, a iniciativas propias de sus responsabilidades. Nos dieron confianza para planificar, investigar y ejecutar, y entre nosotros no hubo la menor fisura. No teníamos unanimidad de criterios, a lo que ninguno aspirábamos, pero sí pleno respeto profesional y una gran fraternidad.

Cuando asesinan a Goyito estuve entre los que dedicamos tiempo a investigar. Me tocó el triste encargo de pronunciar el panegírico en su funeral. Del 29 de marzo al 13 de abril el espacio de su columna “En un Tris” apareció vacío en Ultima Hora. Virgilio me encargó escribir su despedida el día 14.

En Ultima Hora nunca tuve problema alguno con César Medina, el reportero policial, y más de una vez, Goyito me encargó corregir algunos de sus trabajos. Ya entonces en torno al vespertino yo tenía un taller donde concurrieron varios incipientes periodistas  que  luego descollarían. Y recorría el país, a nombre del Sindicato de Periodistas Profesionales, junto al padre Villaverde, Núñez Grassals, Quiterio Cedeño, Luis Minier  y Alvarez Vega, elevando la formación profesional de los corresponsales.

Donde sí tuve problemas con Medina fue en Teleantillas, a poco de haber yo asumido su dirección de prensa en 1987.  Me llegó trasladado desde HOY y le encargué la jefatura de Información. No pudo ajustarse al equipo y algunas semanas más tarde me desafió a pelear. Como yo nunca resuelvo las diferencias a golpes, ese mismo día quedó despedido. Entiendo que se enemistara conmigo, pero no que a casi tres décadas persista en fabular   e inventar  infamias, contando siempre con mi renuencia a discutir mezquindades.-