POR: Margarita Cedeño de Fernández

30d12e33-1be2-4399-a8ee-3db696c1365bVivimos en una época dominada por la tecnología. Es una realidad que ha impactado fuertemente a la generación de inmigrantes digitales, y que será decisiva en la vida de los llamados nativos digitales.

La condición de vivir en un mundo conectado trae consigo grandes ventajas. La principal ha sido que el conocimiento ha dejado de ser patrimonio exclusivo de unos pocos, y hoy en día es accesible cada vez a más personas. Es un cambio trascendental para la vida en sociedad, que no se ha registrado en ningún otro momento de la historia.

Las grandes revoluciones que ha conocido la humanidad no han resultado nunca en una transmisión masiva del conocimiento. Como el conocimiento se ha considerado siempre como una fuente de poder, era menester que perteneciera a unos pocos, que constituían la clase gobernante.

Al ver alguna de las más importantes revoluciones lo podemos constatar. La Revolución Industrial fue una transformación de la matriz productiva, mientras que la Revolución Francesa abordó un problema fundamentalmente político, instaurando un nuevo modelo de acceso al poder, que si bien se basó en tendencias de difusión del pensamiento, no era esencialmente un movimiento que facilitó el acceso al conocimiento para las mayorías.

Lo mismo sucede con las grandes revoluciones socialistas y anticoloniales, donde operaron enfrentamientos causados por tensiones políticas, como sucedió en la gran Revolución Bolchevique de 1917 o en la Revolución Cultural de Mao.

Hoy en día, lo que está sucediendo en el Internet, el acceso sin restricciones a conocimiento de todo tipo, ha generado y continuará produciendo importantes consecuencias económicas, políticas y sociales a nivel mundial.

Sin embargo, la gran paradoja de la humanidad es que lo que construimos para generar bienestar, lamentablemente, también lo usamos para causar daño y crear desigualdad social.

La tecnología que nos permite hacer compras en cualquier parte del mundo, es usada por bandas criminales para financiar acciones de vandalismo, compra ilegal de armas y terrorismo. La misma tecnología que usamos para comunicarnos instantáneamente, es la misma que se utiliza para difamar y suplantar identidades. La tecnología que nos conecta con cualquier parte del mundo, es utilizada para chantajear, aprovecharse de información privilegiada, cuestionar decisiones de Estado e, incluso, hasta para sustituir a gobernantes elegidos democráticamente. La misma tecnología que nos une, nos separa, propiciando la trata de personas, el acoso sexual y daños irreparables a niños, niñas y adolescentes.

Tenemos que insertarnos en el gran debate que dominará la humanidad en los años por venir, que es el del equilibrio que debe existir entre la privacidad personal y la seguridad pública.

Debemos perseguir reformas a nuestro sistema normativo, que ayuden a los ciudadanos a protegerse de los peligros que acechan en el ciberespacio, porque el internet para que sea sano, debe navegarse seguro.

Cada año se registran cientos de miles de crímenes en el ciberespacio, que constituyen crímenes transfronterizos, que un solo Gobierno no puede enfrentar solo, ni mucho menos el sector privado. Enfrentarlos es impostergable, porque son acciones que están financiando  los más deleznables crímenes sociales. Me refiero al terrorismo, a la compra ilícita de armas, al tráfico de personas y la prostitución.

Se estima que a nivel mundial, existe una necesidad de alrededor de 330 mil expertos en ciber-seguridad, para enfrentar las amenazas que provienen de actividades ilícitas en el internet.

Como dice Mark Goodman en su libro Los delitos del futuro: “cuando todo está conectado, todo el mundo es vulnerable. La tecnología que aceptamos de manera rutinaria en nuestras vidas, puede volverse contra nosotros”.

El tema es preocupante, porque amenaza nuestra paz y la convivencia pacífica. Demanda del Estado y de los ciudadanos, acciones urgentes, coordinadas y concretas para generar un ciberespacio más seguro para todos.